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No con todo el mundo

El día que me despido de Álex transcurre con mucha lluvia, frío, y viento en contra. La siguiente población (si así se le puede llamar a una gasolinera y un restaurante) se encuentra a 80 kilómetros. Me monto en el carro de la motivación: el disco de Omega en los cascos (es mi cartucho para las jornadas duras), braga en el cuello hasta arriba, ropa de lluvia y al ataque.

 

Casi siete horas después llego a Cantwell. La lluvia no cesa, y el único sitio para guarecerse es la gasolinera, así que entro a por un Café y a cargar el móvil. La mujer que la regenta se muestra amable conmigo y no me cobra el café.

-Very hard day for riding!

 No lo sabes tú bien, pienso para mis adentros. Pienso que, después de los 100 dolares que me ha dado Álex y estar acampando varios días seguidos, no estaría mal buscar un sitio donde pasar la noche, y secar la ropa mojada. Busco en internet alojamientos alrededor y aparecen un par de hostel. Llamo y me dicen que tienen todo ocupado. No he caído: es 4 de julio. Mientras hablo por teléfono la mujer de la gasolinera me dice que a 16 millas, hay un sitio de alquiler de cabañas donde quizá tengan hueco. Llama ella y le dicen que efectivamente tienen una cabaña. Es mi única opción pienso, tengo que ir hasta allí. Con la euforia de tener un sitio al que ir, no he hecho el cálculo mental de convertir las millas en kilómetros. Y es que 16 millas son 25 kilómetros. Total, que este día acabo haciendo 105 kilómetros en total. Una auténtica barbaridad teniendo en cuenta el peso de la bici y el desnivel. No es recomendable hacer esto todos los días, pero me siento orgulloso de saber que en una situación de supervivencia como esa, puedo hacer eso y más.  Al llegar a la cabaña pongo la tienda de campaña y la ropa a secar, y me tiro en la cama sin cenar. A las dos horas me despierto pensando que apenas he comido en todo el día, así que me preparo un arroz con atún para cubrir calorías. Ahora sí, hasta mañana.

 

06/07

A la mañana siguiente me despierto pronto para ver el partido de España y recoger todo. Busco una tienda de bicis en algún sitio del mapa, y de nuevo, la suerte me sonríe: la única tienda de bicicletas que hay en casi 100 kilómetros a la redonda, ¡está enfrente de dónde he dormido! Parece broma pero no lo es. Me dirijo allí y pregunto por unos pedales. El mecánico que lleva la tienda y el taller dice que no suele venderlos pero por la situación hará una excepción, así que por 15$ tengo pedales nuevos. Me siento afortunado.

 Mientras estoy desayunando, Javi, el viajero con el que volé a Anchorage, me escribe para pregunatarme qué tal todo. Le cuento que estoy a 16 millas de Cantwell y que voy a coger la Denali Highway. Me cuenta que él está a 20 y que también va a cogerla, ya que no ha tenido éxito en su misión de subir hasta el norte haciendo autostop y luego bajar.

Nos reencontramos y ponemos camino a Cantwell. Pienso que estará bien compartir unas pedaladas con él.

Igual que hay viajeros con los cuáles enseguida fluye la química, como con Álex el de Costa Rica, hay otros con los que la cosa funciona como una cadena de bici mal engrasada. Así siento que era con Javi. A pesar de eso decido compartir una o dos noches de acampada con él.

 

Empezamos a rodar por la inhóspita Denali Highway y acampamos en un sitio que encontramos. A la hora de acampar me doy cuenta de que no es tan metódico como yo. No tiene un sistema.

Alaska es un territorio donde conviven varias especies de animales salvajes como Osos (negros y Grizzlys) o lobos. No tienes que tener ningún problema con ellos, siempre y cuando respetes las pautas de acampada en territorio salvaje, las cuales son muy claras.

El protocolo de acampada en Alaska y Cánada es tal que así:



La zona de acampada debe estar alejada al menos 60 metros de donde cocinas y comes, y otros 60 metros de donde guardas la comida y cualquier cosa que desprende un olor poco natural: pasta de dientes, cremas, champús, etc.

Javi me cuenta que va a cocinar dentro de la tienda porque hace frío, que lo ha hecho todos estos días. Le ruego que no lo haga, ya que si yo estoy tratando de ser metódico cocinando y guardando la comida lejos de las tiendas, si él lo hace nos pone en peligro a los dos. Refunfuña pero acaba aceptándolo.

A la hora de colgar la comida (es recomendable colgarla en un árbol para evitar dejar rastro y que los animales tengan acceso a ella) él decide no colgarla y dejarla en el suelo.

Decido que no quiero seguir viajando con él, así que el día siguiente le propongo separarnos. Le digo que él puede hacer lo que quiera, pero que yo no me siento más inteligente que un oso o que alguien que ha redactado ese protocolo, como para vulnerarlo de esa manera. Por supuesto hubiera estado bien atravesar esta carretera acompañado, pero aquí tiene que primar el instinto de supervivencia. Y el mío me dice que viaje en solitario. La cualidad del viajero por excelencia, es la astucia y la capacidad de adaptación, si no, que le pregunten a Ulises de qué le sirvió la fuerza bruta.

6 comentarios en “No con todo el mundo”

  1. Ole el valor de tomar decisiones ante otros en pro de la supervivencia. Ya lo dice el refrán… más vale una vez colorao que ciento amarillo!
    Qué diversos personajes va poniendo la ruta ante tí y qué buenos la mayoría.
    Adelante amigo…

  2. Seguro que a Javi le servirá de ayuda lo vivido en este encuentro / desencuentro 😅. 👏🏻👏🏻👏🏻. Qué importante es ser honesto con uno mismo y saber poner límites!

  3. Por cierto! Discazo el que te acompaña! Personalmente me encanta y hace unos años tuve la suerte de participar en un disco homenaje que le hizo el cantaor Gregorio Moya a Enrique Morente con mi acordeón en el “Pequeño Vals Vienés”. Me muero de amor!

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