PAÍSES BALCÁNICOS
PAÍSES BALCÁNICOS
Me enteré de donde estaba Bosnia gracias al circo. Una de mis grandes aficiones en entrenar diferentes disciplinas de circo (acrobacia, malabares, trapecio…) muchas veces acompañaba mis entrenamientos de fanfarrias y música del este de Europa porque me daban un aire festivo y a veces clownesco que me encantaba.
Entonces, descubrí a Goran Bregovic, y fue amor a primera oída. Empecé a interesarme por descubrir de dónde venia toda esta música, y empecé a situar los países balcánicos en el mapa. Desde entonces, descubrir la «otra Europa» se convirtió en una obsesión. En el verano de 2021 emprendimos una travesía desde Roma, que nos llevaría por Croacia, Eslovenia, Serbia, Bosnia y Hungría. Hay viajes que te atrapan por los paisajes, la comida o sus monumentos…
Los Balcanes nos atraparon por dos cosas: su historia y su gente. Recorrimos sus caminos (algunos de Asfalt, otros de Macadam), bebimos Rakjia hasta emborracharnos, y lloramos escuchando como algunos habitantes revivían su historia no tan pasada. Durante ese viaje leí «El camino más corto» del gran Manu Leguineche. Para entonces, eso de dejar todo e irme a viajar ya era un pensamiento rumiante. Empecé a trazar el plan en mi cabeza.
Me enteré de donde estaba Bosnia gracias al circo. Una de mis grandes aficiones en entrenar diferentes disciplinas de circo (acrobacia, malabares, trapecio…) muchas veces acompañaba mis entrenamientos de fanfarrias y música del este de Europa porque me daban un aire festivo y a veces clownesco que me encantaba.
Entonces, descubrí a Goran Bregovic, y fue amor a primera oída. Empecé a interesarme por descubrir de dónde venia toda esta música, y empecé a situar los países balcánicos en el mapa. Desde entonces, descubrir la «otra Europa» se convirtió en una obsesión. En el verano de 2021 emprendimos una travesía desde Roma, que nos llevaría por Croacia, Eslovenia, Serbia, Bosnia y Hungría. Hay viajes que te atrapan por los paisajes, la comida o sus monumentos…
Los Balcanes nos atraparon por dos cosas: su historia y su gente. Recorrimos sus caminos (algunos de Asfalt, otros de Macadam), bebimos Rakjia hasta emborracharnos, y lloramos escuchando como algunos habitantes revivían su historia no tan pasada. Durante ese viaje leí «El camino más corto» del gran Manu Leguineche. Para entonces, eso de dejar todo e irme a viajar ya era un pensamiento rumiante. Empecé a trazar el plan en mi cabeza.