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«¿Podrías darme la mano para rezar por ti y tu viaje?» Por supuesto, accedo a pesar de mi falta de fe cristiana. Mary ha parado en mitad del arcén de la carretera por la que estoy rodando. Al principio me ha confundido con una persona sin hogar que viajaba en bici, me confiesa. Al verme tan joven (en comparación a ella) se ha apiadado de mi y me ha dado una bolsa entera de snacks, además de ofrecerme llevarme a algún sitio. Lo que necesito es un lugar donde poner la tienda de campaña, le confieso. Con eso no puede ayudarme. Pero después de contarle el viaje y el proyecto, se ofrece a rezar por mi cogiéndome la mano. Nos despedimos y cada uno seguimos nuestro camino. Ella no lo sabe, pero, a pesar de mi falta de vocación religiosa, este rato ha sido una bocanada de aire. Llevo pedaleando cerca de 6 horas por una vía de servicio que va pegada a una autovía, para alejarme de la ciudad de Anchorage hacia el norte. Alaska es el estado más grande en superficie de los EEUU, pero a pesar de eso, uno de los estados con menos carreteras, debido a que la mayor parte de su territorio es salvaje. El ruido de los coches, el calor y el peso de la bici al cual no me he habituado todavía, están haciendo de esta primera jornada, una jornada peleona. Aún así me muestro agradecido con quien sea que tenga que estarlo, por tener una vía de servicio entera para mi, y no haber pillado demasiado desnivel. Como explicaba en el post anterior, Alaska tiene un handicap añadido en verano, y es que no se hace de noche. El sol se pone a eso de las 2 de la madrugada, y vuelve a salir a eso de las 4. Para según quién, puede ser algo a disfrutar y una ventaja. Para quien viaja en bici, es una trampa. Y es que los cicloturistas nos guiamos por las horas de luz para acampar y saber cuando parar de pedalear. El sol marca la duración del día, pero también el momento de parar a descansar. Cuando no se hace de noche, ya puedes tener tú el control, o te puede pasar lo que me pasó a mi este día: cuando me quise dar cuenta eran casi las 21 de la noche y hacía la misma luz que cuatro horas antes. Lo que iban a ser 5o km de toma de contacto, se convirtieron en 82. Los ojos pueden ser engañados por la falta de noche y oscuridad, pero el cuerpo pide parar y recuperarse. Y eso fue lo que me pasó: de repente, me di cuenta de lo exhausto que estaba, y tomé conciencia de que ni siquiera había parado a comer. Únicamente había picoteando encima de la bici. Entonces, de un momento a otro, mi cuerpo descargó las pilas, y se activó el instinto de supervivencia: necesitaba encontrar un sitio donde poner la tienda y descansar. Justo para entonces, estaba entrando en una población, Wasilla. Esto es genial si estás buscando un hotel o un Bed & Breakfast, pero una cagada si lo que deseas es un sitio tranquilo y alejado de la gente donde acampar. Pasé de repente por una tienda de bicis que estaba en medio de la carretera. Me acerqué a llamar a la puerta, pero estaba cerrado. Después de valorarlo un buen rato, decidí ir a la parte trasera del local a montar mi campamento. Pensé: total, es una tienda de bicis, y yo soy ciclista, seguro que tienen compasión cuando me vean por la mañana. Monté la tienda de campaña, y me alejé hacia el bosque que había detrás para cocinar, y no dejar rastro de comida para los osos y otra vida salvaje, cuando de repente escuche unas voces cerca de la tienda. Pude ver entre los arbustos, que un hombre junto a un Dóberman husmeaba en mi asentamiento. Mierda, el dueño. Me acerque en tono amistoso a pesar de los ladridos del Dóberman.
-Why are you in my property?- Me preguntaba con curiosa tranquilidad el hombre.
-Sorry, im travelling with my bike, im so tired and i need a place for sleep. Can i stay? .
-What are you doing in the forest?-
-Im cooking.-
Are you cooking?! In the forest? Are you doing fire?!!
Traté de tranquilizarme mientras el perro me ladraba y buscar las palabra exactas para explicarle que lo hacía así para mantener alejados a los osos. Debió de funcionarme, porque el hombre se acabó yendo, dejándome dormir en la trastienda sin poner más objeciones. A la mañana siguiente, recogí el campamento a las 8 y me dirigí a un parque público que había al otro lado de la carretera. Mientras preparaba el desayuno, vi que un coche aparcaba enfrente de mi. De él se bajó el dueño de la tienda, esta vez sin el perro, para preguntarme si había dormido bien, si necesitaba algo más, y para obsequiarme con un regalo: un cuaderno hecho a mano, donde escribir mis aventuras, según me dijo. Se despidió dándome un apretón de manos y deseándome suerte. La propiedad privada es sagrada en Estados Unidos, y lo he aprendido a las malas. De igual manera pienso, que igual que yo necesitaba una oportunidad de alguien generoso que me dejara poner la tienda en su propiedad, este hombre necesitaba que alguien le diera un motivo para no desconfiar. Los dos salimos ganando con esta transacción. O al menos, eso es lo que decido creer.
Durmiendo en la tienda de bicis
A las faldas del monte Denali, que significa «el más grande».Y de hecho con sus 6190 mts, es el más alto de norteamérica.
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Las siguientes jornadas de pedaleo son algo monotonas, continúo paralelo a la autovía aunque con menos tráfico. Miro continuamente hacia los lados deseando observar algún ápice de vida salvaje, pero algo me dice que el momento va a llegar un poco más adelante, cuando me adentre en la Denali Highway. El oso y el alce son íconos de la cultura norteamericana y sobre todo de Alaska. Están impresos y hechos figuras por todos lados: restaurantes, marcas de ropa, ferreterías… Pero lo cierto es que la gente de aquí, ha establecido una relación totalmente natural con estos seres. Muchos habitantes con los que estoy teniendo la oportunidad de hablar, me confiesan no haber visto nunca un oso por ejemplo. El camino dirá si yo tengo más suerte. Pero que sea de lejos, por favor.
El recorrido hasta la Denali Highway
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Después de pasar la noche en un campground, sigo camino dirección al norte. He decidido desviarme unos 20 km hacia un pueblo que se llama Talkeetna. Son varios los motivos que he encontrado para desviarme hasta aquí, aún sabiendo que luego voy a tener que desandar el camino porque la carretera termina en esta localidad. Para empezar, recuerdo haber visto de pequeño la película «Aventuras en Alaska», la cual se desarrollaba en este pequeño pueblo. La película, si volviera a verla ahora, probablemente me resultaría la típica comedia americana infantil de Disney, pero, por lo que sea, guardo un bonito recuerdo de infancia viéndola. El segundo motivo, es que desde hace tiempo, siento atracción por los pueblos donde termina una carretera. Tienen algo, no se explicar exactamente el qué, que me resulta magnético. Encontrarte en el fin de una carretera o un camino, se traduce en que lo que hay después o bien es océano, o bien es desierto, o estepa, o pura naturaleza. Me atrae la idea de pensar en la gente que vive en el confín de algo. Incluso la gente que vive al final de una carretera de la alcarria , vaya. Otro motivo importante, es que en Talkeetna, en una cabaña en el bosque, me espera Michael, un hombre de 70 años al cual he contactado a través de Couchsurfing, y que me ha ofrecido una habitación para descansar un par de días. Y el último de los motivos, y para mi el más importante, es porque puedo hacerlo. Porque si en este viaje llevara prisa o un recorrido marcado, probablemente no me hubiera desviado de la ruta prevista, sabiendo que luego iba a tener que retroceder 20 kilómetros por el mismo camino con mis propias piernas. Pero este viaje no trata de eso. Precisamente esta viaje trata de coger desvíos, y dejarse llevar por impulsos. Así que aquí estoy, con Michael charlando dentro de su cabaña. Lo primero que he visto según he entrado en el terreno, ha sido una bandera palestina, por lo que creo que va a ser fácil profundizar en algún que otro tema con él. Mientras compartimos una birra, Michael me cuenta que ha crecido entre Canadá y su rancho en Montana. Después de haber criado a sus seis hijos, decidió venirse a pasar su jubilación en este terreno de Alaska. El mayor motivo que encontró para venirse hasta aquí, fue que siempre le había llamado la atención saber cómo se vivía en el Norte del Norte. Me parece un buen motivo. Michael es un hombre de un metro noventa, corpulento y muy ágil y fuerte aún con sus 70 años. Según me explica, no puede ser de otra manera si quiere vivir aquí en invierno. Lleva cinco años en la cabaña, y ha vivido cuatro inviernos. Esto no es para cualquiera me confiesa. Mucha gente después de la pandemia (nómadas digitales) vinieron aquí y se compraron algún terreno para tener su propia cabaña, romantizando la idea de vivir en la naturaleza. Según pasó el verano, incluso antes de que empezara el duro invierno, la mitad de ellos ya se habían ido. La otra mitad se fue después de diciembre, me cuenta. Dice que según lo que pase en noviembre (son las elecciones presidenciales) decidirá si quedarse en EEUU o marcharse. Lo dice muy seguro de sí mismo. Entonces nos metemos a hablar de política, de la causa palestina, y la conversación se alarga casi 2 horas. Ha quedado a comer con su amiga Barbara en el pueblo, y me invita a acudir, por supuesto accedo. Barbara es una mujer a punto de jubilarse, que desde hace 40 años, vive un autobús escolar hecho vivienda. Aquí ha criado a sus dos hijos, mientras viajaba por todo EEUU. Es maestra de inglés, y sus últimos años, los dedica a viajar a diferentes partes de Europa y Marruecos para hacer campamentos inmersivos de inglés, luego volver a Estados Unidos y seguir viajando en su autobús. La proporción de trabajo y viaje es de 2 a 4 ( trabaja dos meses, y viaja 4). Me parece una proporción justa la verdad. El resto del día lo dedicamos a pasear por Talkeetna. Aquí es donde se grabó Doctor en Alaska. También uno de los primeros pueblos en tener una línea de ferrocarril en las tierras vírgenes, y dónde volaban los primeros aventureros que llegaban con la idea de conquistar la cima del monte Denali, en aquel momento llamado Mckinley. Michael me ofrece quedarme un día mas en la cabaña, y acepto la propuesta. Sé que a partir de aquí y durante la Denali Highway, cada vez encontraré menos población y puede que sea la última vez que duerma en una cama hasta dentro de 7 u 8 días.
El autobús-casa de Bárbara
El día siguiente lo paso descansando, leyendo y actualizando el blog, mientras Michael está fuera. Aprovecho también para pasear, respirar y ordenar pensamientos que arrastraba desde hacía meses. Estaba tan ocupado en Madrid que los había guardado al fondo del cajón. Algo me dice que durante estos meses en las tierras salvajes de Alaska, van a ir saliendo de uno en uno.
El resto del día transcurre tranquilo junto a Michael y su perro Lian, hablando sobre actualidad, cine y política. Michael y yo coincidimos en varias cosas, muchas diría yo, pero en una en concreto que me sorprende a pesar de la diferencia de edad y la distancia entre nuestras culturas: el sentido del humor. Es fácil hacer bromas con él a pesar de que sean en otro idioma, e intuyo que él siente lo mismo conmigo. Pasamos un rato muy agradable: tomamos cerveza con helado, paseamos por el río y a las 19 me ofrece invitarme a cenar al pueblo el plato americano por excelencia: una hamburguesa. Le digo que ya ha hecho demasiado por mi, pero él insiste. Siento que su invitación es totalmente sincera así que acepto. Durante la cena, el tema de conversación son los osos, y la vida salvaje en el campo. Michael me cuenta que tanto cuando vivía en Nicaragua, como cuando tenía el rancho en Montana, como ahora en Alaska, siempre ha vivido en los bosques. Su relación con la naturaleza, su manera de admirarla y hablar sobre ella, es de las más sinceras que he podido observar nunca, y nada idealizada. Eso me gusta. Para él, la caza natural, la que sirve para alimentarse según me explica, es algo razonable, y por ello muy de vez en cuando, le gusta cazar un alce o un oso. Puede ser alarmante para muchos, pero para él, que convive con la vida salvaje, es parte del ciclo y del transcurso natural de las estaciones. Me doy cuenta de repente, de algo que nos perdemos en gran medida en las ciudades: las estaciones de entretiempo. Es difícil apreciarlas cuando estás tan lejos de la naturaleza.
Volviendo a la cabaña, como si hubiera sido invocado por nosotros durante la cena, ocurre: me encuentro a escasos metros con un alce hembra de, según dice Michael, apenas 2 años. Tengo el momento grabado en la retina, y por suerte, también en el carrete.
Michael y Lian
Alce hembra
Estoy fascinado con tu historia y con tu prosa. ¡Sigue relatando tus aventuras!
¡Me esta encantando! Qué bien acogido. Me hubiese gustado ver el bus-casa por dentro. Continuamos leyéndote.
No dejes de actualizarnos por favor , es un privilegio poder seguir un viaje tan fascinante desde casa.
Tienes la maravillosa habilidad de transportar a los lugares que describes. Es un placer leerte, cariño❤️
Estoy disfrutando mucho con cada capítulo. Qué preciosa lectura! Gracias por compartirlo.