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Un váter, una revelación y la llegada del invierno.

Después de abandonar la Great Divide, en Helena, la capital de Montana, pusimos rumbo hacia Yellowstone a través de caminos de tierra y vías secundarias. Una de las noches, cuando estábamos a tan solo unos kilómetros de llegar a West Yellowstone, amanecimos con las montañas que nos rodeaban completamente blancas. Habíamos recibido la primera tormenta de nieve esa noche, y eso se traducía en que, finalmente, el invierno nos había alcanzado. Decidimos que teníamos que apretar y llegar ese mismo día o como mucho al siguiente. A eso de las cuatro de la tarde, cuando estábamos a tan solo 40 kilómetros de West Yellowstone, comenzó a nevar como si no hubiera un mañana. Creo que no recuerdo haber visto nevar nunca con esa fuerza. En cuestión de 20 minutos, gran parte de las montañas, árboles y vegetación que nos rodeaba se cubrió de blanco y la temperatura empezó a bajar. Decidimos que teníamos que encontrar un sitio donde pasar la noche y refugiarnos. Pero estábamos en medio de la carretera, rodeados de montañas, y aunque había dos campings públicos cerca, estaban cerrados debido al fin de la temporada. Aparte de eso, no había nada. Entonces se me encendió la bombilla. Sé como son los baños de los camping municipales y los centros de visitantes de los parques y bosques nacionales: grandes y espaciosos, porque la mayoría son adaptados. Podríamos intentar colarnos en alguno de los campings que estaban en nuestro camino, y tratar de poner la tienda dentro de alguno de estos baños, si es que aún estaban abiertos. Aclaro que para colarnos dentro del camping, no tuvimos que saltar ninguna valla ni nada similar, simplemente rodear la barrera que estaba bajada para evitar que los coches o vehículos accedieran. Efectivamente, después de dar una gran vuelta por el camping mientras seguía nevando a cántaros y todo se cubría cada vez más de blanco, encontramos el baño. Giré el pomo y… estaba abierto. Teníamos un refugio donde pasar la noche. Montamos la tienda dentro y cocinamos en el pequeño porche de fuera.

Echándole la carrera al invierno

Nuestro refugio por una noche

 

A la mañana siguiente lo que encontramos al salir, fue simplemente mágico. Todas las montañas y árboles que nos rodeaban estaban cubiertas de blanco. El silencio de la mañana amplificado por la densidad de la nieve, creaba un entorno de cuento. Nos pusimos a pedalear, y de nuevo se puso a nevar. Estábamos a -5 grados. A los quince kilómetros, nos topamos con una pequeña gasolinera rodeada de cabañas de alquiler. Decidimos entrar para calentarnos y esperar a que pasara la nevada. Después de estar un rato hablando con los propietarios del lugar, nos dimos cuenta de que teníamos varias cosas en común, la principal: el amor por recorrer grandes distancias en bicicleta y estar en el monte. Así conocimos a Suan y Ron. Prepararon un café para nosotros, nos regalaron algunos snacks y estuvimos casi dos horas dentro charlando con ellos. Además de en bici, a Ron le encanta recorrer el backcountry a caballo, con su tienda de campaña y sus alforjas. Cuando quisimos salir para retomar nuestra ruta, nos llevamos una gran sorpresa al percatarnos de que prácticamente toda la nieve que nos rodeaba al comenzar la jornada, había desaparecido, y que el sol se levantaba radiante por encima de nuestras cabezas, aumentando así la temperatura del ambiente. El día nos sonreía y el clima nos daba una oportunidad más. A eso de las dos de la tarde llegamos a West Yellowstone, el pueblo que se encuentra en la estrada oeste del parque. Comimos algo, y nos dirigimos hacia Madison Campground, donde pasaríamos la primera noche.

Suan y Ron, ¡Os debemos una postal desde Colombia!

 

Amanecimos con escarcha en las bicicletas y encima de la tienda. En el campground invitan a café a los ciclistas, así que una cosa menos que hacer esa mañana. Nos pusimos a rodar con un cielo despejado, aunque el día era frío. Al poco de estar rodando, percibimos que del río que corría paralelo a la carretera, no dejaba de salir humo. Reconocimos que la temperatura exterior era baja, pero no tanto como para que saliera ese vapor del río. Decidimos aparcar las bicis y acercarnos a tocarla. Diría que la temperatura del río era de unos 60º. Yellowstone posee la mitad de aguas termales y geiseres del mundo (en el parque hay casi 700), siendo uno de los puntos del planeta con más actividad geotérmica. Nos dimos cuenta enseguida cuando, a medida que íbamos pedaleando, no parábamos de ver vapor emanar de la tierra a un lado y otro de la carretera cada tres o cuatro kilómetros.

Pronto empezamos también a ver Bisontes. Se dice que los de Yellowstone son los únicos que quedan en todo el continente que llevan la auténtica carga genética del bisonte americano no alterada. Uno de ellos bajaba en sentido contrario al nuestro por el medio de la carretera que estábamos ascendiendo, formando un atasco de casi veinte coches. No parecía tener prisa ni importarle demasiado. La población de esta especie ha crecido desde que en el año 95 se reintrodujera al lobo. En 1926, debido a que atacaban el ganado de los rancheros de alrededor y dentro del parque, el gobierno decidió dar rienda suelta a los cazadores para eliminar al puma y al lobo como especies dentro de este ecosistema. Esto dio como resultado el crecimiento masivo de especies como el ciervo, que competía directamente por los recursos con otros herbívoros como el bisonte. El servicio de parques nacionales tuvo que dedicar tiempo y esfuerzo a regular estas especies mediante la caza, de nuevo. A finales del siglo veinte se dieron cuenta de que una vez más, el lobo no era el malo de la película, si no un agente regulador importantísimo del ecosistema de este lugar tan único, y decidieron reintroducirlo poco a poco, dando lugar a uno de los experimentos de reintroducción de especies más importantes y con más éxito de la historia. En la naturaleza las cosas suelen ir mejor cuando no nos metemos los humanos.

 

A eso de las tres de la tarde, y después de unos cuantos kilómetros, llegamos a Mammoth, el pueblo donde se encuentra el campground donde dormimos hoy. Recolectamos un poco de leña antes de preparar la cena, y disfrutamos de una preciosa noche abierta y estrellada.

A la mañana siguiente, nos ponemos rápido en marcha porque nos espera un día largo: debemos volver por el mismo camino, y llegar hasta West Yellowstone, porque todos los campgrounds han cerrado, y otra nevada está en camino en la siguiente semana.

Mientras empezamos a pedalear para salir del pequeño pueblo de Mammoth, un tipo con una bici eléctrica se acerca a saludarnos emocionado. Se presenta como Ray, de California, y parece bastante contento de haberse encontrado con nosotros. Le contamos brevemente sobre el viaje, y le preguntamos si el también está viajando. Nos dice que está viajando con su furgoneta desde hace un mes. Trabajaba para Meta en Silicon Valley, pero Jesús le habló y le dijo que debía dejar ese trabajo y emprender un viaje a lo largo de EEUU para hablarle de Dios a aquella gente que se encontrara en el camino. No sé si es debido a eso, pero irradia una simpatía y serenidad dignos de un asceta. Nos damos los números de teléfono y nos abrazamos con la idea de quizá, en algún momento, poder coincidir en el camino.

Dicen que cuando te toca desandar un camino, tu cabeza ya lo conoce, y esto hace que la percepción del tiempo vaya más rápida porque tu cerebro no tiene que poner tanta atención al recorrido. Supongo que esto será verdad, pero a mi cada vez que me toca desandar un camino con la bici, se me hace eterno. A eso de las seis de la tarde llegamos a West Yellowstone. Decidimos que era día de darse un buen chute de dopamina en forma de hamburguesa y Fish & Chips. Al terminar nos alejamos un poco del pueblo para buscar un sitio donde poner la tienda. Acabamos en un claro en el bosque. Había otra furgoneta durmiendo allí, que salió a saludarnos. Eran una pareja de profesores alemanes y estaban de año sabático viajando por EEUU y México. Les pedimos guardar la comida en su furgoneta para evitar tener que colgarla en algún árbol y accedieron encantados, además de eso, nos invitaron a entrar a tomar un café.

A la mañana siguiente, nos pusimos rumbo hacia Island Park, el siguiente pueblo en nuestro camino hacia Utah. Cuando llevábamos aproximadamente veinte kilómetros por un sendero en medio del bosque, vimos otra bici acercándose a nosotros. Cuando estaba a apenas diez metros, nos dimos cuenta: era Ray, el viajero que habíamos conocido el día anterior. Nos saludamos eufóricamente por el encuentro casual, y acordamos encontrarnos a la hora de acampar para compartir una velada juntos. No teníamos claro donde acamparíamos, pero le di una localización aproximada, y estaríamos en contacto por SMS.

A eso de las cinco de la tarde, y sin encontrar un sitio bueno donde acampar pasamos por un centro de visitantes apartado que se encontraba cerrado. A pesar de que había signos de no acampar ni pasar la noche, pensamos que al estar en medio de la nada no pasaría nada. Al llegar, para nuestra sorpresa había una furgoneta aparcada: una vez más, era Ray. No nos había dado tiempo a enviarle la ubicación exacta, pero de manera intuitiva él había llegado hasta allí, pensando que sería el tipo de lugar que elegiríamos para pasar la noche. No me atrevería a responsabilizar a ningún dios, pero desde luego, el destino o quien fuese nos estaba poniendo en el camino.

Hizo de anfitrión para nosotros: compró hot dogs, cerveza y snacks para la velada. En la furgoneta llevaba una hoguera portátil así que en seguida montamos un buen campamento. Todo transcurría tranquilo, hasta que, a eso de las diez de la noche, vimos llegar un coche a nuestra zona de acampada improvisada. Nos extrañamos al principio, pero cuando vimos las luces azules y rojas en lo alto del vehículo, la extrañeza se convirtió en susto. Era el Sheriff, y venía a hablar con nosotros probablemente para preguntarnos si no habíamos visto la señal de no acampar. No estábamos equivocados. Había visto la luz de nuestros frontales desde la carretera. Haciendo uso del inglés aprendido durante estos meses y mi buen saber estar y adaptarme a las situaciones, le doré un poco la píldora y le conté las mil y una batallas viajando en bici desde Alaska sin dejar casi que abriera la boca. Se mostró bastante sorprendido.

-A primera hora nos estamos yendo Sheriff. Necesitábamos un sitio donde poner la tienda antes de seguir pedaleando. Los caminos por esta zona son confusos, hemos visto que anochecía y hemos decidido dormir aquí. A este tipo de la furgoneta le hemos conocido aquí.

Después de poner cara de duro y tocarse el cinturón donde llevaba la pistola, al final resolvió:

-Está bien, podéis pasar la noche. Pero guardad bien la comida, esto está lleno de osos Grizzlys.

 

Nos despedimos con la mano hasta que nos aseguramos de que salía de nuestro campo de visión, y por fin respiramos. Los tres nos miramos sorprendidos de la suerte que habíamos tenido, y Ray elogió mi manera de resolver la situación. Me sentí orgulloso de la astucia empleada. 

Compartimos un rato más al fuego, y a eso de las doce nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente cuando nos despertamos, Ray había empezado un fuego. Así da gusto salir del saco de dormir. Compartimos el desayuno, y hablamos de nuestros planes de los siguientes días.

Ray seguiría viajando por la zona sin rumbo fijo exacto. Nosotros esa noche habíamos hablado con un anfitrión de Warmshower, David, que nos recibiría en su casa en Ashton para pasar un par de noches. Acordamos con Ray que nos encontraríamos en Idaho Falls en tres días, para compartir otra velada. Ya veríamos donde.

En Ashton, un pequeño pueblo de granjeros, nos recibieron David y su mujer Denisse. Nos alojaron durante dos días en los cuales David nos habló de su última aventura atravesando toda la Great Divide desde el sur de Canadá hasta Nuevo México. Era un sueño que tenía desde hacía años, y lo materializó hace dos años, después de cumplir 73 años. Cuando la gente me ve viajando en bici y me dice que estoy en la edad para hacerlo, que es el momento, me acuerdo de gente como David, los cuales entrenan cada día para intentar demostrarnos a los demás, que la edad es solo un número, y que muchas veces, el momento puede ser siempre.

El segundo día en Ashton, David nos propuso ir a visitar unas cascadas llamadas Mesa Falls, que se encontraban a unos kilómetros en coche. Cuando llegamos al parking, únicamente había una furgoneta aparcada. Y en seguida la reconocí: era la furgoneta de Ray. Una vez más, y por fuerza del destino, el camino nos cruzaba sin planearlo. En seguida me bajé del coche para ir a tocarle la puerta. Cuando salió no podía creérselo. Nos saludamos efusivamente y le presentamos a David, nuestro anfitrión. Hicieron buenas migas y los cuatro compartimos un bonito paseo alrededor de las cascadas.

Nos despedimos de Ray, con la idea de encontrarnos al día siguiente en Idaho Falls, como habíamos planeado. Nos dijo que nos esperaría con una sorpresa.

A la mañana siguiente David y Denisse salieron antes de casa y nos dejaron desayunar con calma.

Llegamos a Idaho falls a eso de las cuatro de la tarde y Ray nos mandó una dirección a la que acudir. Cuando llegamos, nos encontramos frente a un hotel de cuatro estrellas. Nos había pagado una habitación para esa noche. Durante todo el día disfrutamos del spa, la piscina, preparamos una barbacoa y al día siguiente nos atiborramos en el buffet del desayuno. No sabíamos como agradecerle todo lo que había hecho durante estos días por nosotros. El se escudaba en que el que tenía que estar agradecido era él por poder compartirlo, y en cierta manera le entiendo. A lo largo de estos meses han sido muchas las personas que al compartir con nosotros su casa, invitarnos a comer, o incluso ofreciéndonos abiertamente dinero como me ha ocurrido en más de una ocasión, se muestran ellos más agradecidos incluso que nosotros al recibirlo. Cuando experimentas el compartir con el otro, incluso cuando el otro es un completo desconocido, recibes la gratitud de saber que has ayudado a alguien en un momento que lo necesitaba, y ese sentimiento es algo que difícilmente puedes comprar con dinero.

Nos despedimos de Ray con la seguridad de que no sería la última vez que nos veríamos en el camino.

El día 29 llegamos a Salt Lake City, con la idea de descansar en algún sitio durante al menos tres días, y planificar las siguientes etapas.

Nos alojaron David y Nancy, jubilados desde hace años, que se han mudado hace tan solo dos a Salt Lake City. No montan ni viajan en bici, pero les gusta compartir su maravillosa casa con ciclistas, como nos comentan.

Nos quedamos en su casa durante cuatro días en los cuales recorrimos la ciudad, aprovechamos para hacer una maratón de pelis de miedo clásicas (aprovechando que estábamos cerca de Halloween), y decidimos que desde Salt Lake City, tomaríamos un tren hasta Grand Junction, Colorado, para desde allí cruzar otra vez a Utah y recorrer parte de los parques nacionales ( Utah tiene cinco),luego cruzar hacia Arizona para recorrer Monument Valley y el Gran Cañón del Colorado, y luego dirigirnos hacia Las Vegas en aproximadamente veinte días.

Así, el día 1 de madrugada (en la noche de Halloween) nos dirigimos a las tres de la mañana la estación para coger el tren, ya que es el único que sale diariamente hacia Grand Junction. Nos esperaban seis horas en un tren que, para nuestra sorpresa, fue bastante cómodo.

Vimos amanecer mientras observamos el cambio de paisaje: las montañas rojizas, las vastas extensiones, algún que otro cactus…Ahora más que nunca, estábamos en el Oeste americano.

En la estación nos recibieron Maggie y Ed, nuestros anfitriones de Warmshower, los cuales insistieron en venir a buscarnos a la estación. Después de hacer las presentaciones correspondientes, nos dieron una vuelta por el acogedor pueblo, y nos llevaron a tomar café a una antigua fábrica de chocolate. La temperatura fuera era de dieciséis grados, y el sol nos pegaba en la cara. No sabíamos cuánto necesitábamos esto. Aunque el invierno también llegaba a esta zona del país, definitivamente iba a ser distinto a lo que vivimos en el norte. Como llegamos pronto, aprovechamos el día, y Ed nos llevó en coche a visitar Colorado Monument, una de las zonas montañosas que están alrededor de grand Junction. LE agradecimos el detalle de subirnos hasta allí, porque probablemente de otra manera no hubieramos ido.

 

 

Al regresar a casa, Ed y Maggie acudieron a una cena y Lali y yo nos quedamos en casa disfrutando de una peli y una pizza. Era la última noche que dormiríamos en un colchón y probablemente disfrutáramos de esas comodidades, en las siguientes tres semanas.

A la mañana siguiente nuestros anfitriones nos acompañaron durante casi veinte kilómetros de camino, y después nos despedimos de ellos.

Lali y yo continuamos otros cuarenta kilómetros más, hasta que encontramos un buen sitio donde poner la tienda en medio de la nada.

Al día siguiente amanece nublado y llueve de manera intermitente durante toda la mañana. Aún así disfrutamos de la carretera secundaria por la que vamos, y que en un momento determinado nos hace pasar por lo que parece un pueblo fantasma llamado Cisco. Lo único que parece tener vida es una pequeña “General Store” en medio de la carretera. Decidimos entrar para hacernos con un café y unos snacks, y le preguntamos a la mujer de la tienda si vive mucha gente en el pueblo. Nos cuenta que en los años 60 era un pueblo lleno de vida, la carretera estatal (la 128, la que estamos siguiendo) obligaba a los coches a pasar por ahí, pero cuando construyeron la autovía, la gente dejó de venir, y el pueblo se fue vaciando. ¿Os suena de alguna película?

Ahora mismo ni siquiera ella vive allí, pero sigue manteniendo la tienda durante la temporada alta, porque aún pasa gente, sobre todo viajeros que huyen de las grandes carreteras, y gente que viene a atravesar el río Colorado. Casualmente hemos llegado en su último día con la tienda abierta, porque durante el invierno la cierra. Nos despedimos y seguimos camino.

A eso de las cinco de la tarde sigue lloviendo, pero justo encontramos un campground gratuito al lado del río, y ponemos la tienda debajo de un porche. Benditos porches.

 

A la mañana siguiente, un sol radiante nos recibe para dar comienzo a nuestra jornada. La carretera 128, sin apenas tráfico, atraviesa todo un cañón en el cual llevas al lado el Río Colorado continuamente, creando un paisaje que parece sacado de un Western. Nos sentimos como aquellos pioneros que recorrieron estas tierras a caballo dos siglos atrás. En lugar de caballos llevamos bicicletas, pero la autosuficiencia y el sentimiento de aventura es el mismo.

Llegamos a Moab, la puerta de entrada al parque nacional de Arches. Llevamos la bici de Lali a un taller para que le cambien la cadena y le hagan algún que otro ajuste, y mientras esperamos a que la tengan lista, nos damos una vuelta por el pueblo y admiramos el valle en el que nos encontramos. Cuando la tenemos, salimos del pueblo para ir a uno de los múltiples campgrounds municipales que hemos dejado atrás mientras llegábamos. A las seis de la tarde, ya es noche cerrada. 

Al día siguiente visitamos el parque nacional de Arches, dejándonos embaucar con las formaciones a las que dan lugar las piedras de arenisca, sus colores y por supuesto, sus famosos arcos. Algunos de éstos, ni siquiera los expertos se explican cómo pueden seguir en pie después de tantos años. Como buen madrileño no puedo evitar encontrar cierta similitud con las formaciones de mi querida Pedriza.

Cuando nos faltaban veinte kilómetros para abandonar el parque, unas nubes se aproximaron tapando el azul cielo y comenzó a nevar en cuestión de diez minutos. Esos últimos veinte kilómetros estuvieron bien “Chilly” como dicen aquí cuando el frío pica. Por otro lado, poder observar en primera persona cómo esas paredes  rojas se cubrían de blanco poco a poco, fue un regalo. El invierno nos estaba dando muchas oportunidades, pero ahora sí que sí notábamos su aliento en la nuca.

Cuando volvimos a Moab después del largo y al final, frío día, decidimos que necesitábamos un buen chute de dopamina, así que nos fuimos a cenar a un Dinner clásico, de éstos en los que suena Elvis de fondo y las mesas tienen forma de coche. El chute de dopamina vino en forma de hamburguesa doble con bacon y salsa de la casa, junto a una fuente de aros de cebolla. Fuera del restaurante ya era de noche y había -4º, y todavía teníamos que ir pedaleando hasta el campground de la noche anterior y montar la tienda. Pero eso era problema del futuro, ahora tocaba reflexionar sobre las maravillas contempladas hoy, disfrutar del “Walk like a man” de Franki Valli que sonaba de fondo, y de la fuente de calorías que nos íbamos a meter para el cuerpo mientras nos sentíamos dentro de una película al puro estilo Tarantino, ¿verdad Honey- Bunny?.

1 comentario en “Un váter, una revelación y la llegada del invierno.”

  1. Vamos esto es un regalazo! Espero tus publicaciones con más ganas de las que esperaba los estrenos de mis series o películas preferidas, jojojojo. Qué maravillosa la comunicación telepática con Ray! Ajajaja. Y qué manera de comunicar la tuya para “ahuyentar” al Sheriff! Me meto tanto en la lectura que parece, por momentos, que estoy haciendo el viaje con vosotras. Seguid así de bien y que la vida os siga poniendo a personas maravillosas en el camino.

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