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Viva Las Vegas

Seguimos rumbo sur hacia el norte de Arizona. El invierno ya no nos pisaba los talones: corría paralelo a nosotros. Nos había alcanzado y tocaba asumir que durante las próximas semanas íbamos a convivir con pocas horas de luz y temperaturas bajo cero todas las noches. A pesar de encontrarnos en una latitud bastante meridional del mapa, la altitud media en Utah estaba siendo de 1500 mts, lo que hacía que la temperatura y la sensación térmica fueran muy bajas sobre todo una vez que desaparecía el sol, que estaba siendo a las cinco de la tarde.

Unos días después de abandonar Arches, llegamos a otro parque nacional, Canyonlands. Para llegar a la parte sur del  parque, tienes que desviarte de la ruta 191 hacia el oeste a través de una carretera de 80 kilómetros que una vez llega al parque desaparece, y por la cual  desciendes 900 metros de desnivel, introduciéndote así en un gran cañón. Es decir, que tienes que tener ganas de visitar el parque para ir hasta allí en bicicleta. En nuestro caso era así. Gracias a estar fuera de temporada, y lo remoto de este parque, no encontramos apenas coches ni turistas, lo que nos daba una sensación de aún más aislamiento si cabe.  Acampamos  justo antes de entrar al parque para no tener que pagar, y dejamos la tienda montada durante un par de días. El segundo día decidimos dejar las alforjas en nuestro campamento base e irnos a hacer una ruta de mountain bike para visitar uno de los múltiples cañones que dibuja el río Colorado en esta zona de Utah.

Acampando en Canyonlands                                                                    Extraña pirámide a las afueras del parque                                                              

Un par de días después, desanduvimos la bajada que nos trajo a este pequeño paraiso remoto, y volvimos a tomar la 191 hasta Monticello. Desde ahí pusimos rumbo a Monument Valley, donde llegaríamos tres días después.

Monument Valley ha sido escenario e inspiración de múltiples películas ( Centauros del desierto, Forrest Gump, Regreso al futuro…) y es uno de esos lugares que forman parte del imaginario popular cuando se habla del Oeste norteamericano. 

Monument Valley visto desde el conocido Forrest Gump point                                        Abajo, Mexican Hat

En Monument Valley disfutamos del que para mí, ha sido uno de los atardeceres más bonitos de mi vida, y también se nos brindó la oportunidad de conocer la otra norteamerica, la de los auténticos nativos norteamericanos. Y es que desde el inicio de Monument Valley en el pueblo de Mexican Hat, hasta llegar al Gran Cañón del Colorado, estuvimos atravesando una reserva de nativos Navajo, la más grande de todo Estados Unidos. Dentro de este territorio se aplican las leyes federales, pero también las de la propia Nación Navajo. Una de las leyes que existen, es que no se puede acampar porque la mayoría de la reserva es una zona protegida y sagrada para ellos. A pesar de esto último, no encontramos problema cuando preguntábamos por algún sitio donde poner la tienda en los diferentes pueblos. La primera noche en el pueblo de Oljato, una pareja nos dejó poner la tienda en el jardín de su Bed and Breakfast. 

Al día siguiente seguimos camino  dirección Kayenta, un pueblo grande dentro de la reserva. Aparte de los paisajes de cine, otra cosa característica con la que nos topamos y de la que mucha gente nos había advertido dentro de la reserva, son las jaurías de perros que puedes encontrarte. Me imagino que dentro de la reserva existirá menos control con respecto a ésto, y mientras vas pedaleando por la carretera, es común que de la nada comiencen a aparecer dos, tres o cuatro perros que, al igual que si fueras una liebre, empiezan a correr de manera paralela en tu misma dirección. Pararse, simular que coges una piedra y encarar al animal con decisión y templanza, suele funcionar. La mayoría de veces, el o los perros salen huyendo en otra dirección. Después de haber estado conviviendo  con osos durante casi cuatro meses, la idea de que aparezcan uno o dos perros delante de mi no me asusta demasiado, a  pesar de que pueden ser bastante más peligrosos que los osos. Confesaré también que desde que salí de Alaska no he quitado el bear-spray de mi manillar, y no pienso hacerlo por ahora.

Llegamos a Kayenta, y la idea era buscar un sitio donde poner la tienda. El lugar no nos dio demasiada buena sensación ni a Lali ni a mi como para acampar. Un hombre local muy amable se acercó a hablar con nosotros y al decirle que buscábamos donde pasar la noche, nos señaló una especie de descampado detrás de un Taco Bell. La intuición es una herramienta más en el viaje, y en este caso, como ya he dicho, algo nos decía que no era el lugar. Existía un camping público a 50 kilómetros, pero estábamos algo cansados. Así que decidimos tirar de otro recurso que Lali nunca había usado y yo tenía ganas de volver a probar: autostop. Practicarlo puede ser un reto de por sí, pero con dos bicicletas llenas de alforjas ya ni te cuento. Un punto a favor de hacerlo en EEUU y Canadá, es que de todos los coches que pasan, me atrevería a decir que el 80% son pick-up. En Canadá hice autostop dos veces para salvar trayectos cortos y ya desarrollé el sistema para subir la bici rápido. Después de 40 minutos poniendo el dedo en el arcén, un hombre nos silbó desde un parking en el otro lado de la carretera y nos hizo un gesto con la mano para que fuéramos. Nos abrió la puerta del maletero de la pick-up y subimos las bicis. Se llamaba Ed, y antes siquiera de que le dijéramos nuestros nombres nos invitó a subir al coche. Empezamos a hablar y nos preguntó hacia donde íbamos. Le dijimos que hacia el camping que  estaba a 50 kilómetros. Aunque se había criado en la reserva, en lo alto de las montañas, ahora que estaba retirado vivía en Flagstaff, una ciudad mediana de Arizona fuera del territorio navajo. Se mostró muy amable e interesado con nuestro viaje. Nos contó que si necesitábamos ir más lejos no tenía problema en llevarnos. En ese momento, le propuse a Lali mirar el tiempo porque me había parecido ver hacía unos días que en algún momento esta semana había alerta de viento. Justamente al día siguiente se esperaban rachas de 70 y 80 kilómetros por hora. En ese momento decidimos que igual era buena idea atajar los cincuenta kilómetros que teníamos desde el camping al que estábamos yendo, hasta la siguiente ciudad: Tuba City. Así se lo comentamos a Ed y sonriente nos dijo que sin problema. Aproveché para hacerle preguntas sobre la vida en la reserva, los acuerdos con el gobierno federal, etc. Al contarle que eramos españoles, comenzó a hablarnos sobre nuestro paso por aquí. Los españoles fuimos los primeros colonizadores en tener contacto con los Navajos en el sigo XVI, a nuestro paso por Arizona y Nuevo México. Nos habló de cómo, curiosamente, uno de los lideres más importantes de los Navajo se llamaba Manuelito, bautizado así por las expediciones españolas. Este líder, fue uno de los que más dolor de cabeza le causó al gobierno de los Estados Unidos, que trataba de trasladar a la tribu a Nuevo México, para quedarse así con su tierra, porque colonizar un continente entero les parecía poco. Consiguieron movilizar a los Navajos al sur del país, pero éstos siguieron peleando y poniéndoselo difícil al gobierno federal. Así pues, en el año 1868, Manuelito firmó un tratado con el gobierno, para asegurar la paz y establecer los límites de lo que ha día de hoy es el territorio navajo. Ed, nuestro conductor, nos habla de todo esto, y también de cómo tanto el gobierno de EEUU como el de Arizona, han vulnerado muchos de los tratados y acuerdos desde que se firmaron, para intentar seguir aprovechándose de las tierras de los Navajos. A día de hoy, nos cuenta, la vida dentro de la reserva es muy precaria y mucha gente que quiere formar una familia o aspira a tener algún tipo de proyecto de vida, se ve forzada a buscar trabajo en  alguna de las grandes ciudades de Utah o Arizona. Aunque la mayoría lucha por conservar su cultura y tradiciones, y que haya traspaso generacional.

Mientras charlábamos no nos dimos cuenta de que se había hecho de noche y ya habíamos llegado a Tuba City. Ed nos dijo que conocía un camping en la ciudad y nos llevó hasta la puerta. Nos ayudó a bajar las bicis y las bolsas, le agradecimos el viaje y la conversación con un apretón de manos. Definitivamente el autostop es otra buena manera de conocer culturas y realidades locales cuando viajas.

 

Manuelito, el famoso jefe Navajo

Descansamos dos noches en el camping de Tuba City para evitar pedalear el día que había alerta por viento.

Desde allí, pusimos rumbo a Cameron, la siguiente ciudad desde la que iríamos directos a la parte sur del Gran Cañón. Llegamos más o menos pronto, buscamos un sitio donde poner la tienda, y para hacer tiempo hasta la hora de dormir nos dirigimos al lugar que más de una vez nos hace de «Lobby» mientras hacemos tiempo para entrar en nuestros sacos: el Burguer King. Calefacción, wifi gratis, enchufes y nadie que venga a echarte si no consumes nada. Leimos, descargamos un par de películas, y esa noche nos dormimos viendo Amores perros.

A la mañana siguiente, teníamos 90 kilómetros hasta el pueblo que se encuentra dentro de la parte sur del Gran Cañon, llamado Grand Canyon Village. Teníamos que ir por esa carretera y volver al día siguiente por la misma. Se esperaba que durante estos días siguiera bajando la temperatura por lo que andábamos con un poco de prisa por empezar a quitarnos altitud. Decidimos que el camino de ida al parque nacional lo haríamos haciendo autostop. De nuevo, menos de 30 minutos esperando y nos cogieron tres chavales jóvenes de la reserva que subían al Gran Cañón para cortar madera para sus estufas. Compartimos un agradable rato y nos dejaron a unos 20 kilómetros de nuestro destino

Nunca he visto nada que si quiera se le parezca a este imponente lugar.

Después de parar en diferentes sitios para admirar lo grandioso del cañón, nos alejamos un poco del parque para poder acampar de manera legal en bosque nacional. Esa noche batimos el record con diferencia: -14ºC marcaba mi termómetro a las once de la noche. 

Hicimos una buena colecta de madera para poder sobrevivir al frío mientras preparábamos la cena, y a las 19 estábamos dentro de los sacos leyendo y preparándonos para dormir.

Al día siguiente emprendimos el camino de vuelta a Cameron. Esa noche acampamos detrás del Burguer King y una tienda, pidiéndo permiso a los dueños.

Desde Cameron estábamos a dos días de Page, la primera ciudad de Arizona fuera de la reserva. La última noche dentro de territorio navajo la hicimos en una aldea llamada Gap. Pedimos permiso en el Chapter house (algo así como una oficina del gobierno local), y nos ofrecieron poner la tienda detrás del edificio. La gente del pequeño municipio nos miraba con bastante extrañeza, lo cual me hizo reflexionar sobre si son muchos los viajeros que pasan por aquí a lo largo del año. Y ya no los que pasan, si no los que paran. El otro día reflexionaba sobre que otra de las cosas que me encantan de viajar en bici no son los lugares por los que pasas o los que visitas, los cuales muchas veces son los mismos por los que pasan el resto de viajeros o turistas, si no los lugares en los que paras a comer o acampar. Muchas veces son sitios raros, incluso a priori hostiles o insípidos, pero a los que después de pasar un par de  horas, les sacas sabor. Y muchas veces te toca para en sitios así, porque son los que están a mitad de camino entre un sitio u otro, o porque sabes que no vas a encontrar nada más en unos cuantos kilómetros. Recuerdo cuando estaba atravesando la Cassiar Highway en Columbia Británica, esa carretera de casi 600 kilómetros en su mayoría de tierra, en la cual únicamente había dos o tres sitios en los que parar a proveerse de comida o echar un café. Bueno, pues a día de hoy, llevando cinco meses en Norteamérica, el epicentro de las hamburguesas por excelencia, y habiendo degustado una media de 25 en diferentes sitios a lo largo de mi camino, puedo asegurar que la mejor que me he comido, fue en una gasolinera/ restaurante en la Cassiar. Lo único que ofrecía el menú era eso, hamburguesas. Llevaba cuatro días atravesando la carretera sin apenas ver a nadie y sin pasar por ningún sitio, cuando encontré este lugar en medio del camino, el cual de primeras parecía bastante hostil. La gente que lo regentaba no parecía tener muchas ganas de recibir ni atender a nadie a priori, pero como sabía que podía ser el último sitio con gente en los siguientes cuatro días, decidí parar aun así. Como ya he dicho, probablemente haya sido la mejor hamburguesa en este lado del charco ( y la que traía más patatas) además de la más barata: pagué 8 euros al cambio por ella. Agradecido de haberme  visto obligado a parar en ese lugar de mala muerte.

Pero volvamos al presente. Como iba diciendo, ese día dormimos en el chapter house de este pueblo llamado Gap. Al día siguiente además de llegar a Page, ocurría otra cosa, y es que era el cumple de Lali. Me pareció que un buen regalo, sería proveerla de una cama y una ducha el día de su aniversario, así que pagué una noche de hotel como detalle.  Al llegar a Page no se lo podía creer. Ese día llevábamos justo 21 días acampando sin tocar una cama, así que creo que acerté bastante con el regalo. Nos aseamos, nos acicalamos en la medida de lo posible, y nos fuimos a cenar fuera.

 

Desde Page, nuestra próxima parada era Kanab. Allí nos esperaban dos encuentros muy especiales: en primer lugar, un nuevo anfitrión de Warmshower llamado Happy, el cuál nos contó a través de la aplicación (donde leyó que yo soy un apasionado del circo) que él había sido payaso y malabarista profesional durante toda su vida y había escrito varios libros. Por otro lado, en casa de Happy estaba Fabio. Hace casi dos meses, cuando entrábamos en EEUU, recibí un mensaje en un grupo de whatsapp de cicloturismo, en el cual se anunciaba un Crowfunding para recaudar dinero para una chico italiano que había tenido un accidente muy grave con un camión mientras viajaba desde Alaska hacia Argentina. Bueno, pues resulta que ese chico era Fabio. Tuvo el accidente al poco de abandonar la casa de Happy, donde se alojó por unos días. Después de estar casi un mes y medio en el hospital recuperándose de las múltiples cirujías a las que se enfrentó, de nuevo se encontraba en casa de Happy, descansando antes de volar de nuevo a Italia, donde terminaría de recuperarse. La vida quiso que justo nosotros fuéramos a alojarnos con Happy tres días antes de que Fabio se marchara. No conocíamos a Fabio de nada, pero queríamos estar con él,  y mostrarle nuestro cariño y apoyo. Decirle que no estaba solo, y que la comunidad cicloturista estaba con él. Así pues, llegamos a Kanab donde nos recibieron Happy, su mujer Kathy, y Fabio. Dentro de su terreno, tenían la casa donde vivían ellos, y otra casa enteramente para nosotros dos solos. Cuando a través de Warmshower nos ofrecen sitios como éste donde alojarnos, me da por pensar cuánto dinero hubiéramos tenido que pagar por dormir en un sitio así de privilegiado, a las puertas de uno de los parques nacionales más visitado de los EEUU. No tendríamos dinero para hacerlo, y nuestro anfitrión, Happy, no querría recibirlo. Lo hace por el mismo motivo por el cual, sin conocer a Fabio apenas de nada, le ha alojado durante varias semanas en su casa hasta que ha estado recuperado para volver a Italia: solidaridad y altruismo.

Finalmente nos quedamos cuatro noches, y cinco días en los cuales jugamos a juegos de mesa, tuvimos muchas conversaciones, descansamos, y entrenamos malabares. Un pequeño oasis después de muchas noches de frío y autosuficiencia donde reponer fuerzas antes de seguir.

Preparando la tortilla pertinente a nuestros anfitriones.

 

Abandonamos la casa de Happy y Kathy, y después de dos días de lluvia constante, llegamos al parque nacional de Zion, donde pasamos un par de días haciendo algún trekking y disfrutando del cambio de temperatura y también de paisaje que sin duda, hace honor a su nombre. Habíamos descendido casi 800 metros de altitud, y el tiempo empezaba a ser un poco más amable. 

 

Desde aquí nuestra siguiente parada era Las Vegas, donde descansaríamos cuatro días en casa de una familia, y aprovecharía para cambiar algunos componentes de la bici. 

Para entrar a las Vegas desde el este, únicamente puedes hacerlo a través de una autopista muy concurrida de tres carriles donde los coches vuelan, y el arcén desaparece de vez en cuando. Estuvimos rodando dos días por esta autopista, y cuando estábamos a 120 kilómetros de Las Vegas, decidimos parar en un pueblo grande llamado Mesquite para hacer autostop.

A pesar de que las últimas veces nos fue bien, hacer autostop con dos bicicletas no es tarea fácil, . Estuvimos casi tres horas en diferentes gasolineras y no paraba nadie. Aún así, fueron siete coches los que pararon a nuestro lado para darnos dinero y así echarnos una mano para coger otro transporte, y una mujer con sus hijas nos trajo comida. Gracias a los 35$ que nos dieron a lo largo del día de manera altruista, pudimos comprar dos billetes de autobús al día siguiente para llegar a Las Vegas. 

Llegamos al día siguientes a eso de las 12, y una vez salimos del aturdimiento que nos produjo entrar en una ciudad tan grande después de tantos días por pueblos y en medio de la naturaleza, nos dirigimos a casa de nuestros anfitriones de Warmshower.  Kimberly, James, y sus encantadores hijos nos recibieron de la mejor manera posible. Llevan alojando ciclistas casi cuatro años, y por su casa han pasado alrededor de ochenta viajeros. Pienso en sus hijos de 4 y 6 años, y cómo la experiencia de recibir constantemente gente de todo el mundo, va a influir en su desarrollo y su experiencia vital desde tan pequeños. Viven en una casa grande en un precioso barrio residencial a las afueras. Según me cuenta James, sus vecinos de vez en cuando les muestran su preocupación sobre que dejen entrar continuamente a gente desconocida que vagabundea con sus bicicletas, y juntarles con sus hijos. James les contesta que quizá ellos también deberían probar, y abrir su mente y su corazón, y así tener la suerte de recibir a gente maravillosa cada dos por tres.

Durante los siguientes cuatro días visitamos la Strip, la avenida principal de los casinos por dentro y por fuera, y nos dedicamos sobre todo a observar esta ciudad construida en base y en honor al entretenimiento y el juego, y la gente que la transita.  Desde luego es curioso de ver y analizar. Puedes encontrarte desde una ciudad como Venecia construida dentro de un hotel, con sus canales incluidos, hasta un carro de la compra motorizado que circula por las avenidas principales a todo trapo. Como fanático del cine, no hacía más que ver escenarios que me eran familiares de muchísimas películas y series. Eso sí, casi todo cuesta  dinero. Excepto entrar a los casinos y algún que otro espectáculo del que disfrutamos de manera gratuita en algún hotel como el Bellagio o el Caesars palace. Puede que hayamos batido un record siendo las personas que menos dinero se han gastado en Las Vegas. Durante todo el día, nos gastamos un total de 2 $. 

También aprovechamos para disfrutar de la hospitalidad de nuestra familia de acogida, jugar con los pequeños de la casa, y descansar. Esa ha sido la mejor parte de nuestra experiencia en Las Vegas. Tanto es así, que lo que iban a ser tres noches, se convirtieron en 6.

 

El día previo a nuestra marcha, la familia acogió a otro viajero con el que compartiríamos una noche. Su nombre es Tristan Ridley (está en youtube), y lleva viajando por el mundo en bicicleta 5 años, con más de 80 paises a sus espaldas. Esa noche, James, el padre de la familia, nos invitó a todos a cenar fuera en un restaurante hindú. Esta familia expone el significado de hospitalidad al cubo.

Finalmente el día 7 de diciembre nos despedimos emocionados de la que había sido nuestra familia de acogida por casi una semana. Estábamos emocionados de todo lo que recibimos a lo largo de esos días. Pero no había motivo para estar triste, la vida o el destino nos juntaría mucho más pronto de lo que pensábamos.

No pasaron ni 48 horas desde que habíamos abandonado la casa, cuando a tan solo cinco kilómetros de dejar la autopista 15 para introducirnos en el desierto de Mojave, mi llanta decidió que había llegado al final de su vida útil. Una raja de casi tres centímetros se abrió al lado de la válvula. No podía creermelo. Estábamos en mitad de la autopista. De la mejor manera que pude, seguí pedaleando hasta una gasolinera cercana, desde donde escribí a nuestros anfitriones contándoles la situación. Nos llamaron y dijeron que por supuesto eramos bienvenidos otra vez, y que si no conseguíamos que nadie nos cogiera haciendo autostop, vendrían a buscarnos en coche. Estábamos a 120 kilómetros aproximadamente de Las Vegas, y era mejor volver atrás que intentar llegar al siguiente pueblo con taller mecánico, Joshua Tree, que se encontraba a casi 300. Así pues, buscamos un cartón en el arcén, y nos pusimos a buscar un rotulador preguntando a los conductores de los coches que había en la gasolinera. Un hombre se bajó de su coche para ofrecernos ayuda. No tenía espacio en su pequeño coche, pero nos ofreció snacks, y nos regaló unas luces de su bicicleta. A los cinco minutos, una pareja aparcó a nuestro lado, también para brindarnos ayuda, pero desgraciadamente tampoco tenían hueco para dos bicis. Les preguntamos si tenían algún rotulador o pinturas. Dio la casualidad de que la mujer era artista plástica, y llevaba un estuche de carboncillos en el coche. Sin dudarlo, se sentó en el suelo en el exterior de la gasolinera para ayudarnos a pintar un cartel llamativo con la palabra «Henderson» que era nuestro destino. Todo es tan fácil cuando echamos un ojo al exterior y miramos al que tenemos al lado para echarle un cable… Le dimos las gracias y seguimos esperando en la puerta de la gasolinera con nuestro nuevo cartel.

No llevábamos ni veinte minutos esperando, cuando apareció una furgoneta de la que se bajó una mujer con su padre en silla de ruedas. Se acercó a hablar con nosotros para ver qué necesitábamos. Le comentamos la situación, y nos ofeció intentar meter las bicicletas en la parte trasera de la furgoneta. Había espacio de sobra. Nos ofreció llevarnos hasta Henderson, y no supimos cómo darle las gracias. Después de contarle que eramos de España, nos contó que su abuela era originaria de Madrid, y emigró hace años a EEUU, vaya casualidad. Se mostró gentil en todo momento, y antes de llegar a Henderson, nos dio su teléfono por si necesitábamos una cama o cualquier tipo de ayuda. Ella vive junto a su marido y su padre en un racho a las afueras de Las Vegas, pero insistió en llevarnos hasta la puerta de la casa de nuestros anfitriones. Cuando de nuevo le dimos las gracias, nos contestó que no había por qué, y que lo único que quería era que cuando volviéramos a España, habláramos de esta parte de Norteamérica, la de la generosidad y hospitalidad. Si me preguntan sobre EEUU, puedo decir que hay muchas cosas que son cómo pensaba antes de venir, y con las que no comulgo: capitalismo y liberalismo salvaje, armas… Pero no sería justo dejar de hablar del otro Estados Unidos, el que hemos tenido la suerte y el privilegio de conocer en profundidad: el de la hospitalidad y las puertas abiertas todo el rato, el de los pequeños pueblos de interior de gentes sencillas, donde siempre se acercan una o dos personas a ofrecerte agua o comida, el de los paisajes y parques nacionales de película, el de la vida salvaje por todos lados, el de la libertad en el buen sentido de la palabra. Esto también es EEUU. 

Y ahora aquí estamos, en casa de nuestra familia adoptiva de Las Vegas, los cuales ya son amigos, y que de nuevo, nos abren las puertas de su casa sin fecha límite. GRACIAS.

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