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La columna vertebral de América del Norte

04/10

Antes de dejar Glacier National Park, mientras estábamos recogiendo la tienda de campaña en el campground St Mary, una mujer se acercó a hablar con nosotros al ver las bicicletas. Se presentó como Gina, y pese que eran las ocho de la mañana, derrochaba una simpatía y energía dignos de admirar. En seguida nos invitó a su campamento, donde nos presentó a Hans, su marido. Ambos están retirados y son de Montana, en concreto de una ciudad pequeña por la que teníamos pensado pasar en unos días, Kalispell. Al contarles nuestro viaje, despertamos en ellos fascinación y admiración, e insistieron en que por favor, cuando pasáramos por su ciudad, les llamáramos para que nos ofrecieran una cama y una cena. De nuevo, la bicicleta: esa máquina de despertar simpatía y acercarte a las personas. 

Así,  después de atravesar Glacier National Park, nos dejamos caer hacia Kalispell a través de caminos secundarios, en concreto a la casa de Gina y Hans. Nos recibieron con una generosa barbacoa y nos enseñaron su preciosa y enorme casa. Son conscientes de la suerte que tienen de tener una casa tan bonita y grande, y es por eso que no dudan en compartirla con los demás, incluso con dos viajeros que han conocido dos días antes. Gina ha sido maestra de primaria durante toda su vida, y ahora, retirada, se dedica enteramente a su gran pasión: pintar. Es toda una artista, y se nota en la decoración de la casa que el buen gusto y la armonía inundan cada pared. Hans ha trabajado toda su vida como guardia forestal y agente de rescate de montaña en el parque nacional: se lo conoce como la palma de su mano.

La velada se alarga un rato. Hans me muestra parte de su alijo de caza mayor (la cual practica con el único objetivo de alimentarse) y a las diez nos vamos a dormir a la habitación que nos han preparado. Una gran sonrisa y un sentimiento de agradecimiento surge dentro de nosotros: de nuevo, únicamente por ser ciclistas, estamos en casa de dos completos desconocidos en el norte de Montana. Qué maravilla.

A la mañana siguiente, Hans nos recibe con un generosísimo desayuno a base de huevos, tostadas, queso  y verduras a la plancha. Estos americanos cojearán en otras cosas, pero la cultura del desayuno la tienen bien dentro y eso me encanta.

Antes de dejar la casa, Hans me pide que aguarde un momento. Ha visto la colección de matrículas que llevo colgadas en la bici: una por cada estado/provincia por el que paso. Sale del garaje y entre las manos trae una de Montana. Pero es más especial si cabe: tiene grabado «Glacier National Park» en la parte de abajo. Le agradezco el detalle con un abrazo. No solo me ha regalado la matrícula que me faltaba de Montana: me ha regalado un nuevo recuerdo, algo que no se puede comprar en una tienda de souvenirs.

 

En Kalispell empieza una nueva aventura: los siguientes 600 kilómetros hasta llegar a Wyoming, los vamos a hacer a través de la Great Divide, la ruta de mountain bike más larga del mundo. Puedes recorrer casi 5000 kilómetros de distancia sin pisar asfalto, atravesando la divisoria continental desde el sur de Canadá, hasta Nuevo México. La columna vertebral de América del Norte. Nos esperan etapas de desnivel, autosuficiencia y montaña. 

05/10

La primera etapa culmina con sesenta kilómetros, y acabamos durmiendo en un pequeño lago llamado Horsehoe, con el tiempo justo de montar la tienda antes de que comience a llover. El invierno está llegando y la temperatura empieza a bajar al atardecer. 

06/10

A la mañana siguiente intentamos amanecer pronto, pero nos cuesta salir del saco de dormir. Tan solo 2ºC fuera. Alargamos media hora más el estado semionírico, y a las 8:30 nos aventuramos al exterior. Tratamos de recoger rápido para preparar café y entrar en calor cuanto antes.

Seguimos por la Great Divide, y hoy, empieza el partido de verdad: 900 metros de desnivel por puro camino de montaña. Desde el minuto uno empezamos a subir. A pesar de la dureza de las etapas venideras, hay una fuerza, una energía que me impulsa desde primera hora, y es que no se me ocurre un terreno y un camino mejor para estar pedaleando en este momento, y esa sensación lo puede todo. El desnivel y el camino roto solamente son el precio a pagar por poder atravesar estos territorios por nosotros mismos, así que, Platero en los cascos, cascabel en el manillar (porque sí, continuamos en territorio grizzly)  y a subir por una rampa que se alarga hasta casi 10 kilómetros non stop. 

Nos encontramos atravesando parte del Flathead National Forest, uno de los tantos bosques nacionales que tiene este estado, y es que Montana es uno de los estados de los EEUU con más terreno público, y la acampada libre es totalmente legal en la mayoría de éste. 

Esa noche encontramos un pequeño sitio junto a un río con una mesa de picnic y hasta una letrina abandonada (la cual usamos para guardar la comida de los osos). Preparamos un fuego que utilizamos para calentarnos y cocinar unas salchichas antes de irnos a los sacos y echar una partida a los dados.

07/10

Amanecemos y seguimos en medio del monte. El rocío y las bajas temperaturas de la mañana han congelado y adornado nuestras botellas de agua, las bicicletas y todos los enseres que dejamos fuera de la tienda. Aunque con frío, amanecemos contentos porque se nos está regalando un día más sin lluvia ni nieve, y el sol empieza a salir por encima de la montaña que tenemos enfrente. Seguimos ganándole la carrera al invierno por ahora. Terminamos de recoger todo más o menos pronto pero justo el sol empieza a calentarnos, así que decidimos tomar un poco de vitamina D mientras escuchamos un capítulo de Nadie Sabe Nada y dejamos que la tienda de campaña se seque bien antes de guardarla en la funda. Nos dan las 11:30. Si algún montañero o ciclista lee esto igual se lleva las manos a la cabeza. Pero hoy no hay prisa, el cielo se intuye misericordioso un día más y tenemos horas de luz de sobra por delante.

Después de 60 kilómetros por caminos rotos y de nuevo, casi 900 metros de desnivel, llegamos a un camping gratuito, en el cual tenemos baño, un círculo para hacer fuego y hasta caja metálica para proteger la comida de los osos. De camino hasta aquí, nos hemos encontrado hasta tres campgrounds públicos y alguno gratuito como éste en medio del bosque. Definitivamente Montana es un estado que te lo pone fácil a la hora de viajar en bici.

Mientras Lali monta la tienda, me ocupo de ir a buscar leña para preparar un buen fuego antes de que se termine de hacer de noche. Mientras paseo por el bosque, soy capaz de identificar algunos rastros de oso en los árboles y en el suelo. Definitivamente el sistema de rastreo y prevención de encuentros con osos ha entrado en mi, y me doy cuenta de que una vez que abandonemos el territorio de los osos (quizá cuando entremos en México), me va a costar dejar de ser tan metódico y «paranoico» como me está tocando serlo hasta ahora. Llego a la conclusión de que es una buena señal, porque significa que la adaptación a este entorno ha sido profunda y ha echado raices dentro de mí.

Disfrutamos de una buena hoguera mientras vemos una película, y a las nueve caemos rendidos.

08/10

Al día siguiente de nuevo tomamos la Great Divide, avanzando por caminos de tierra y arena. Algunos en mejor estado que otro. Hasta ahora el tiempo es inmejorable: por la mañana hace frío pero a eso de las diez, cuando el sol está bien alto, la temperatura sube hasta casi veinte grados. Ahora entiendo porque le llaman el estado del gran cielo. Paisajes eternos, figuras redondeadas y soledad mientras atravesamos las montañas que hace tan solo unas horas veíamos desde abajo.

Esa noche dormimos en el campground (gratuito) de Seeley Lake, un pequeño pueblo de carretera.

 

09/10

Amanecemos a las 8:30 y nos ponemos rápido en marcha para tratar de entrar en calor. Una mañana más, preparamos una hoguera mientras desayunamos, que acaba siendo la responsable de que nos demoremos en emprender la marcha.

A eso de las cuatro y media de la tarde, después de casi setecientos metros de desnivel, vemos a lo lejos un pequeño pueblo llamado Ovando. Dudamos de si entrar a buscar un sitio donde acampar, o seguir camino. Finalmente como si un impulso hubiera decidido por nosotros, entramos. Es un pueblo muy pequeño atravesado por un camino de tierra, pero algo me llama la atención: parece un decorado del desierto de Tavernes en Almería: tienen hasta un carromato y un tipi en la entrada. De repente estamos en una película de John Wayne. Con el mismo silencio y soledad en las calles. Vemos una pequeña tienda con un letrero de «Open» balanceándose en la puerta. Entramos a comprar unos refrescos y unos snacks, y aprovechamos para preguntar al dueño si hay algún terreno público en el pueblo donde poder poner la tienda de campaña; «Claro que sí! Podéis acampar aquí mismo al lado de la tienda si queréis. ¿Veis ese carruaje de allí? Es un refugio para ciclistas si lo preferís. También un poco más abajo, a treinta metros, tenéis una cabaña pública hecha también por y para ciclistas.» Me he quedado impactado con toda la información que me acaba de dar el hombre y la cantidad de opciones para dormir en un pueblo tan diminuto como ese siendo ciclistas. El hombre adivina lo que pienso por mi expresión, y me explica que una de las asociaciones ciclistas que han fomentado la Great Divide, se encargaron de acondicionar estos refugios, y ellos, como vecinos del pueblo, están encantados de recibir a viajeros cada dos por tres. Le doy las gracias a John, como me ha dicho que se llama, nos damos la mano y salimos de la tienda a decidir donde vamos a dormir. Aún no he salido de mi estupor. Algo así no sucede todos los días. No solo tenemos un techo donde resguardarnos, si no que además contamos con cuatro paredes. Y por si no fuera suficiente, podemos elegir refugio. Después de acabarnos el refresco, decidimos que probablemente durmamos en el carromato, pero por si acaso vamos a acercarnos a ver la cabaña pública. Resulta que esta cabaña, es el antiguo calabozo del pueblo reacondicionado a modo de refugio. 

Si además de todo ésto hay algo que hace especial a Ovando, es que es uno de los pueblos por los que pasaron Lewis & Clark en su expedición por el Oeste americano, y así lo dejaron registrado en sus diarios.

Finalmente y aunque nos costó decidirnos, elegimos la cárcel como opción. No todos los días puedes decir que has pasado la noche (de manera voluntaria) en un calabozo del siglo diecinueve.

A la mañana siguiente y por recomendación de John, el hombre de la tienda, desayunamos en el único restaurante del pueblo. Estábamos listos para encarar la dura etapa que nos esperaba.

Emprendemos camino y de nuevo siguen los paisajes de fondo de pantalla, las subidas infinitas y sus correspondientes bajadas, y las conversaciones con uno mismo acompañando al silencio del entorno. La vida en los bosques. No recuerdo haber disfrutado y apreciado el otoño como lo estoy haciendo ahora mientras atravesamos estas cordilleras. Sus colores, olores y sonidos, totalmente diferentes a los del verano, nos hacen tomar conciencia del cambio de estación.

 

Llegamos a un pueblo llamado Lincoln y nos dirigimos al campground, de nuevo gratuito por el cierre de estación, y enteramente libre para nosotros. Ha sido una etapa dura, así que decidimos que nos hemos ganado cenar fuera. 

Si la etapa del día anterior había sido dura, no sabíamos lo que nos esperaba hoy. Sesentaycinco kilómetros de distancia y ochocientos metros de subida, la mayoría de ella concentrada en tan solo tres kilómetros. Fue una auténtica aventura atravesar ciertos tramos a pie, porque de otra manera era imposible debido al porcentaje de inclinación, o lo roto que estaba el camino. En mi cabeza sonaba Time in a bottle de Jim Croce: «Si pudiera guardar el tiempo en una botella…» 

 

Estábamos exhaustos de empujar las bicis, cuando a eso de las tres de la tarde coronamos el punto más alto hasta coger el siguiente camino de montaña. Desde este punto era prácticamente todo bajada (casi sesenta kilómetros) hasta llegar a Helena, la capital del estado de Montana. Habíamos decidido que no lo haríamos todo ese día, así que tocaba hacer acampada libre. Comenzamos a bajar y de repente, a lo lejos, alcanzamos a ver un tejado de lo que parecía una casa con un ciclista dibujado en lo alto.

Como buenos ciclistas curiosos, decidimos acercarnos a echar un vistazo, y en la puerta nos encontramos un cartel que nos invitaba a entrar. No solo eso, si no que el cartel hacía referencia a que dentro de la finca había cabañas totalmente gratuitas y a disposición de los ciclistas que atraviesan estas montañas. Aunque con cautela, decidimos entrar y echar un vistazo.

Cuando entramos, nos encontramos con dos perros y tres alpacas que nos daban la bienvenida. No podía creer lo que veía: toda la finca era una especie de campground con cabañas y todo tipo de facilidades para los ciclistas, y según apuntaba todo, era totalmente gratuito. Mientras estábamos inspeccionando, apareció por otra puerta una alegra mujer dándonos la bienvenida. Se presentó como Bárbara, y nos contó que era la dueña de todo aquello. Adivinó en nuestra cara de sorpresa que estábamos un poco desconcertados con haber encontrado ese oasis en medio de la nada. Nos contó que junto a su marido John, crearon este espacio hace casi treinta años con la idea de dar apoyo a los ciclistas que atraviesan estas montañas, teniendo como argumentos únicamente que: les encantan los ciclistas porque les parecen gente muy interesante y amable, y que tienen mucho espacio para ellos dos solos. Una sonrisa se dibuja en mi cara, y lo único que me sale es abrazarla y agradecerle profundamente no solo que haya creado un espacio como éste, si no que haya elegido esta manera de estar en el mundo: la de la solidaridad, el compartir, y el dar sin pedir nada a cambio. El mundo está lleno de gente maravillosa y  esta noche mientras nos metemos bajo el edredón de la cabaña y miro las fotos de todos los ciclistas que han pasado por aquí desde hace treinta años, lo tengo más claro que nunca.

Alguien hizo este dibujo de la finca, que encontramos dentro de la cabaña, titulándolo: «el paraíso de los ciclistas». Tiene toda la razón.

1 comentario en “La columna vertebral de América del Norte”

  1. Madre mía… cuánto esfuerzo!!! Y cuántas apariciones providenciales en lugares y personas. Es increíble cuánto bueno os va sucediendo, no sin costo, desde luego. Cuanto valor hay encerrado en todo ello 👏🏼👏🏼👏🏼👏🏼

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