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Viajando en bici existen diferentes escenarios que te gustaría evitar a toda costa, así como situaciones temidas a la hora de afrontar una jornada. Para mi hay tres en concreto: que el camino esté tan roto que te cueste encontrar una “huella” por la que pedalear, y por más que te esfuerces no encuentres tracción; empezar a experimentar alguna molestia física en las piernas que haga que pedalees con precaución o no con toda la intensidad que te gustaría, y por último, llevándose el palmarés, que el viento sople tan fuerte, que tardes una hora en atravesar 8 kilómetros. Todos estos escenarios, sumados a un paisaje árido y abierto al puro estilo salvaje oeste, dan como resultado los primeros días de pedaleo con Lali, saliendo de Calgary y dirigiéndonos al sur de Alberta. El cambio de paisaje es drástico en poca distancia. Tan solo doscientos kilómetros atrás. Estaba atravesando desniveles de 2000 metros en las montañas rocosas, y de repente estamos atravesando paisajes propios de una película como Tomates verdes fritos. No obstante, confesaré que este tipo de paisajes, con esas granjas rodeadas de hectáreas y hectáreas de tierra amarilla, con sus horizontes infinitos y sus cielos previsibles, también tienen la capacidad de atraparme de alguna manera e imaginar cómo sería vivir aquí durante tan solo unas semanas. Como Thoreau en Walden, pero versión rancho. La primera noche dormimos en un pueblito llamado High River. Parecía una réplica del pueblo de Big Fish al que llega por casualidad Ewan Mcgregor. Tienen un pequeño camping, regentado por Wendy, una encantadora mujer que parece alegrarse de vernos y recibir una visita un tanto diferente. Se asombra por nuestra hazana en bicicleta y nos invita a un café en la recepción. Al día siguiente seguimos camino, de nuevo entre largas pistas donde no varía el paisaje. Una recta de diez kilómetros que parece no acabar. Llegas a una intersección perfecta de cuatro caminos, cortada con escuadra y cartabón, giras a la derecha y otra recta interminable de diez kilómetros. A todo esto, el viento retándote y diciendo “a que no te atreves a seguir”. Mi rodilla empieza a hablar. Llevo dos días de pedaleo desde mi descanso en Calgary, y recuerdo que me pasó lo mismo los primeros días que volví a pedalear después de mi descanso en Smithers. Decido no hacerle mucho caso, dado que conozco la lesión, y seguimos pedaleando. A eso de las siete de la tarde, coincidiendo con la caída del sol en el horizonte, llegamos a un pequeño pueblo llamado Stavely. A pesar de ser pequeño y estar rodeado de terrenos de cultivo en medio de la nada, parece muy acogedor y amable. Acampamos en un parque del pueblo. No es un campground al uso, pero puedes acampar y pasar la noche. Para nosotros, el porche y la mesa de pícnic con la que contamos es más que suficiente. Una vez montada la tienda de campaña, y habiendo tomado conciencia de que era el final del día, decidimos que quizá nos habíamos ganado cenar fuera, aunque fuera un sándwich. Resulta que el único sitio que había en el pueblo para comer algo, era una pizzería que estaba cerca de donde habíamos acampado, y en la cual nos comimos dos espectaculares y contundentes pizzas. El propietario se mostró muy amable y fascinado con nuestra aventura de nuevo. Algo me hizo pensar que justo por esta ruta no deben pasar demasiados viajeros
Al día siguiente decidimos quedarnos un día más en el pueblo descansando debido a mi rodilla y a que de nuevo, había alerta naranja por viento. Pasamos el día descansando, viendo el señor de los anillos en la tienda de campaña y haciendo malabares. Estoy preparando una rutina para trabajar en el semáforo una vez que entremos en Centroamérica.
Después del día de descanso, otra vez en marcha. De nuevo caminos abiertos con horizontes infinitos, y aunque no hay alerta por el viento, eso no quita para que lo llevemos en contra. Estamos tomando esta ruta, porque queremos cruzar la frontera de EEUU a través de Montana, para visitar Glacier National Park, y después bajar hasta Yellowstone, Utah, etc… En Glacier National Park, nos espera una de las carreteras de las que más expectativas tengo debido a lo bien que me han hablado de ella otros ciclistas: Going to the sun road. Una carretera de montaña de 80 kilómetros, en la cual asciendes 1200 metros de altitud, para llegar a un paso de montaña que se encuentra a 2200 mts. Todo esto entre glaciares a un lado y otro. Se me ponen los dientes largos solo de imaginarlo, pero este viento en contra y este camino roto no me dejan ni siquiera pensar en ello.
Ese día acampamos en un pueblo llamado Fort Macleod. De nuevo, otro lugar que parecía sacado de una peli del oeste. Esta zona es territorio de los First Nations (nativos americanos), en concreto de la tribu de los Black Foot. Acampamos a las afueras en un pequeño campground.
Amanecemos y comienza otra vez el día de la marmota. Camino roto. Viento en contra. Paisaje infinito. Cuando se te presentan varias jornadas seguidas así, la cabeza empieza a cansarse y noto que nos está empezando a pasar. Necesitamos llegar a Montana cuanto antes, pero las condiciones no nos permiten cubrir más de sesenta kilómetros al día, que siendo honestos con el esfuerzo que estamos haciendo, se podrían traducir en noventa.
Esa noche dormimos en un pequeño pueblo llamado Gleenwood. Esta zona de Alberta es de tradición mormona, y eso para un fanático de los documentales y libros sobre agrupaciones religiosas (no solo sectas) como yo, es llamativo. La iglesia del pueblo es La iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días. Le cuento a Lali, que, efectivamente esa es la iglesia mormona por excelencia. Me mira con extrañeza por conocer ese dato. Por cosas así creo que nunca dejaré de sorprenderla. Entramos a la tienda y a una panadería (los dos únicos comercios del pequeño pueblo) e imágenes enormes de Jesucristo adornan las paredes.
Esa noche acampamos en la parte trasera de la biblioteca del pueblo.
Último día de pedaleo antes de cruzar la frontera, pooor fin.
La cantinela del día anterior se repite, hasta llegar a un pueblo llamado Cardston. Desde aquí tenemos 50 kilómetros hasta la frontera. Pretendemos acampar antes en algún sitio, y cruzar por la mañana. En Cardston aprovechamos para poner una colada, comprar algo de comida y cargar dispositivos en el Mcdonald. A eso de las cinco de la tarde tenemos todo listo y nos ponemos a rodar por otro camino rural, con la idea de acercarnos lo máximo posible a la frontera. A la media hora de estar pedaleando, vemos acercarse a lo lejos unos nubarrones negros, acompañados como no, de un fuerte viento lateral que nos empuja de la bici. Seguimos intentando pelearlo, pero llega un momento en el que empieza a ser peligroso. Un par de veces hice quiebros con la bici intentando que el viento no me tirara de ella. Miro a Lali, y le digo que antes de salir volando, necesitamos un sitio donde resguardarnos, al menos hasta que pase la tormenta. A lo lejos, a un kilómetro más o menos, vemos una pequeña casa en medio de la nada. Decidimos llegar hasta ella y pedir refugio. En este tipo de sitios no suele gustarme entrar en propiedades privadas, principalmente porque tienes que meterte hasta del final de la finca para poder llamar a la puerta, sumado a que estando en terreno rural y de granja, la mayoría de veces quien sale a recibirte es un enorme perro pastor ladrando en lugar del dueño del terreno. No obstante, en esta situación decidimos que no tenemos más opciones. No había absolutamente nada a la redonda. En la entrada, escrito en un tablón de madera, leo la palabra “Peace”. La intuición nos dice que alguien que tiene un tablón enorme con la palabra Paz en la puerta de su finca, quizá responda bien al vernos llegar. Entramos y llamamos. Nos recibe una mujer de aproximadamente setenta años que, debido al fuerte viento que sopla, nos habla desde la puerta entreabierta. Imposible entender nada con la tormenta. Nos indica que nos dirijamos a la parte de atrás, a la puerta del garaje. Vamos para allá, y una vez abierta la puerta le explicamos la situación casi a gritos mientras el viento sopla fuerte. Necesitamos un sitio donde resguardarnos al menos una hora. La mujer que nos recibe se llama Marnie, y vive con su hija Rachel, dos perros y su gato Albert. Nos invita a entrar en la casa sin dudarlo, y se muestra hospitalaria con nosotros. Somos dos extraños extranjeros que acaban de llamar a su puerta en medio de una tormenta, en un sitio que está en medio de la nada. No todo el mundo respondería así. Compartimos una velada charlando e intercambiando experiencias, y como dice Marnie en un momento determinado, agradecen que el viento nos haya traído soplando hasta su casa. Se hace tarde, y le preguntamos si podríamos acampar en su garaje o su jardín para resguardarnos un poco del viento. Nos ofrecen entonces una cama dentro de la casa. No nos podemos sentir más afortunados.
A la mañana siguiente compartimos el desayuno con Marnie, porque Rachel ya se ha ido a trabajar. Un cálido abrazo de despedida y agradecimiento, y ponemos rumbo a la frontera de EEUU. No se me ocurre una mejor experiencia para abandonar este maravilloso país, que durante dos meses me ha tratado con calidez y hospitalidad. Gracias Canadá.
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Y por fin cruzamos la frontera de Alberta con Montana a través de Cardway. Pero el viento no cesó, nos acompañó hasta que llegamos al camping de St Mary, dentro del Parque Nacional de Glacier, desde donde al día siguiente, tomaríamos la «Carretera hacia el sol». Ochenta kilómetros de pura montaña, con un desnivel de 1200 mts de subida, para ascender hasta 2200 mts y luego dejarse caer hasta West Glacier al otro lado. Esa noche me acosté nervioso de las expectativas que tenía. Siempre me pasa antes de una etapa así, como en la noche de reyes. Los años anteriores en estas fechas la mayoría de carreteras del parque están cortadas por las nevadas y heladas, así que no puedo hacer más que sentirme afortunado por tener la oportunidad de poder disfrutarlo. Además, al ser otoño y estar acabándose la temporada de turismo, el parque parece estar desierto, por lo que habrá poco tráfico.
1 de octubre
Y por fin llega el día. Nos levantamos a las siete. Cuando es una etapa importante y esperada, me gusta madrugar para sentir la oscuridad, el silencio y la soledad de la mañana. Me hace conectar más con la jornada. Pensábamos que al cruzar la frontera con Estados Unidos, íbamos a dejar el viento atrás en el país vecino, pero nada más alejado de la realidad. Tenemos una aproximación de catorce kilómetros al inicio del puerto, que tardamos casi dos horas en cubrir. Rachas de viento de hasta ochenta kilómetros por hora de lado y en contra nos impiden trabajar más. Imaginamos que al empezar a subir, éste cesará. De nuevo nuestros pensamientos estaban errados. El viento no cesa ni siquiera cuando la inclinación es del 10%. Intento comunicarme con la montaña, el propio viento o quien sea para buscar respuesta al origen de este viento. No puedo entender de dónde sale. Da igual la dirección que tomemos o las curvas que hagamos, siempre viene de frente o de lado, nunca a favor. En momentos como éste, siempre me pregunto de donde sale la fuerza para seguir y dónde está el límite, ya que pienso muchas veces que he llegado al tope y siempre puedo pedalear un poco más. Después de tardar cinco horas en cubrir treinta kilómetros (una barbaridad), llegamos a Logan Pass, el punto más alto a 2025 metros de altitud. Tomamos una foto rápida y nos vamos para abajo. De nuevo, incluso bajando, el viento en contra y de lado. Imposible, pienso para mis adentros. Es imposible. Por suerte, hay tanto desnivel e inclinación que ni siquiera el viento puede frenarnos. Terminamos la jornada a las seis de la tarde en el campground de Apgar. Mientras estamos cenando, se nos empiezan a cerrar los ojos y nos cuesta trabajo vocalizar. Estamos agotados. Demasiadas jornadas de viento en contra sumadas al esfuerzo de hoy. Mañana descansaremos durante todo el día en un camping del parque. Nos vamos a dormir, y aunque agotado y sin fuerzas, lo hago con una sonrisa. Una vez más, lo hemos conseguido.
Hola Hugo…I love reading your vlog and some of the things you talk about regarding how this journey is not only physical but it is also very mental. I am so happy for you that your girlfriend is touring with you. You are seeing some really beautiful parts of the US and also the world. Also you are in the parts of the US where is it is very windy because you have the Cascades to the southwest and the plains to the east and you are literally on a vortex of winds that come down from the Arctic and in the summer it feeds places like Kansas, Texas and Oklahoma and this causes Tornadoes , so that area is known as Tornado Ally. In regards to the mental part , I always take extra time off and make sure that I rehab the part that is bothering me and I also have learned that regardless how the fit on my bicycle was great when I stared the trip you also have to keep making adjustments as you go along your way because riding up and down on the cascades is very different than in the planes or the steep grades in the Appalachians where the climbs are short but very steep and can really tax your body. As you enter Yellowstone, make certain you take a ride to Mammoth Falls and see all Faithful and do venture into the Grand Tetons National Park and stay at Jenny Lake, also Colter Bay in Yellowstone where the marina is is spectacular. You will not regret going to the Tetons , those mountains are spectacular and very different than Glacier or Alaska. Anyway, glad you are both well and meeting some amazing people and hospitality. Oh, Mormons road in the Tetons is an iconic site that is on many post cards for a great reasons. Cheers