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Los días que siguen

 

Trozos de diario escritos entre los días 18 y 24 de julio, en los cuáles no tenía cobertura para actualizar el blog

A los dos días de abandonar Tok, el último pueblo de Alaska, cruzaba la frontera de Canadá hacia Beaver Creek. El salvaje territorio del Yukón me recibía con carreteras solitarias de arena y grava, distancias kilométricas, y de nuevo, sin cobertura.

 

El auténtico depredador del Yukón

A pesar del cansancio y las jornadas largas, el camino te recompensa con hoteles como éste

 

Coincidí con otro cicloturista surcoreano con el que compartí un par de noches. Le perdí la pista un día en ruta, creo que se quedó unos cuantos kilómetros detrás de mi. Iba demasiado cargado en mi opinión. El tipo cargaba con un bote de Kimchi de 2,5 kg. Vale que quieras sentirte cerca de casa, pero tampoco es eso. Cuando me pidió consejo, le sugerí que se deshiciera de varias cosas, entre ellas el exceso de comida que a mi parecer portaba.

Como decía, las distancias  entre un sitio y otro para  reponer comida y cargar baterías son enormes. Puedes tirarte 350 kilómetros, lo que en idioma cicloturista se traduce en 5 días aproximadamente, sin encontrar si quiera una gasolinera. En este territorio el extraño eres tú y la naturaleza se encarga de hacértelo saber a cada paso, cada vez que paras a descansar o beber agua y te obsequia con un profundo silencio. Es fascinante y a veces estremecedor. El reto mental y físico se plantea en cada jornada y los días son muy largos sin más que hacer que pedalear. Así que es importante mantener una rutina. La mía consiste en levantarme a eso de las 7, desayunar mi esperada avena con crema de cacahuete, escucharme un episodio del podcast Nadie Sabe Nada o La escóbula de la brújula mientras como y recojo, y ponerme en marcha. Empiezo a pedalear sin música, para escuchar a mi cuerpo y a la bicicleta, a ver si le ha salido algún ruido nuevo desde el día anterior. Y  también para que el momento de escuchar música sea un evento importante y darle valor. Una hora después de haber empezado a rodar,  ya puedo ponerme los cascos. Cuando paro a descansar que suele ser a las 3-4 horas de pedaleo, como unos frutos secos y escucho otro podcast. Pedaleo otras 3 horas más o menos, y empiezo a buscar un sitio donde acampar, teniendo en cuenta sobre todo a la vida salvaje. Es importante rastrear el sitio donde vas a acampar evitando que haya excrementos de oso u otro animal, algún animal muerto, bayas o frutos silvestres. Si hay algún rastro humano en el sitio de acampada, es importante asegurarse de  que no haya restos de comida. Luego viene el momento de cocinar, alejarte, y colgar la comida en un árbol. La primera semana es excitante hacer todo esto, a la cuarta, empieza a ser pesado. Pero es la manera de garantizar que vas a mantener alejados a los animales de tu campamento, y lo que es igual de importante, dormir con la conciencia tranquila sabiendo que hiciste todo lo posible para evitar un encuentro. Siempre estoy alerta a la hora de acampar, pero con naturalidad. Se trata de integrarse en el entorno. Hasta ahora, únicamente he visto un oso negro a casi 60 metros de distancia que se metía hacia el bosque. Eso es es todo. Pero mientras pedaleo por la carretera cada jornada, no dejo de ver excrementos de osos grizzlies y negros (ya he aprendido a diferenciarlos), que me indican que están ahí. Escondidos y probablemente evitándome, pero están. Una vez he comido y montado el campamento, leo un poco y si tengo batería, un capítulo de alguna serie o un podcast. Parece algo caprichoso, pero es una manera de controlar mi sistema de recompensa y darme un buen chute de dopamina al final del día. También un aliciente, algo que ganarme cuando el día se me hace muy cuesta arriba y por más que busco no encuentro motivación. No son la mayoría de días, pero también existen en el viaje. 

 

 

 

Al final del día, si me queda energía, me gusta entrenar un poco de malabares. Me hace desconectar, y conectar con el mundo circense que tanto me enraiza

Mantener esta rutina me hace mantener la cabeza ocupada y ordenada. El reto mental y físico como decía, está ahí diariamente: lluvia, frío (a veces calor), tener que portar mucha comida y agua, el paisaje repetitivo, y ni un atisbo de vida humana alrededor. A pesar de todo, no puede merecer más la pena.

25/07

He estado casi cinco días sin contacto humano. Y esta es la otra parte del reto: el emocional. Como amante de mi soledad, intento relacionarme con ella de manera honesta, tratando de no romantizarla. Tantos días sin hablar ni compartir con nadie, me han hecho reafirmar que, como ser social y por mucho que me guste aislarme, necesito de la interacción humana de vez en cuando para regularme emocionalmente. Hay días que lidias con ésto de manera estoica y hay otros como hoy, que el clima advierte tormenta y tristeza. Pero no queda otra que seguir pedaleando y abrazar estas jornadas como parte del viaje. Pedalear a través de la motivación y la euforia es maravilloso y fácil, pero es importante aprender a hacerlo también a través del enfado (esto es liberador, sobre todo cuando estás en un entorno como éste en el que puedes gritar mientras montas en bici y nadie te escucha), o como hoy, a través de la tristeza. No había ningún motivo aparente reconocido para sentirme así, quizá el cansancio acumulado, el viento en contra o el frío. Fuera lo que fuera, apareció y me deje embaucar por la emoción y no solo eso, si no que acompañada de una buena banda sonora, me dio fuerzas para acabar haciendo una jornada de 90 kilómetros, y llegar hasta Haines Junction, el primer pueblo que me encuentro después de tantos días, y donde he reservado 3 noches en un hostel de mochileros. Toca socializar, beber cerveza y disfrutar de dormir bajo techo. Al menos por unos días.

 

 

A veces mientras pedaleo me visualizo a mi mismo  desde una vista aérea, y me parece alucinante estar atravesando un territorio como éste con una bicicleta. No se a dónde me llevará este viaje, ni quiero pensar en el futuro, pero siento que me hará sentirme fuerte y me generará una gran satisfacción pensar que un día atravesé esta parte del mapa en un vehículo tirado por mis piernas.

Seguimos rodando.

 

4 comentarios en “Los días que siguen”

  1. Hola Hugo! Somos Javi y Ana, los padres de Chapí, te seguimos en este motivador viaje y te animamos a seguir adelante, que todo lo que esté por llegar sea lo mejor para ti, mientras aprovechando tu parada en el hostel disfruta de un buen desayuno, de esos que recargan las pilas, un abrazo enorme
    ( Nos encantan tus relatos y la música…)

  2. Carrusel de emociones, no somos seres planos y lineales, por suerte. No sabes cómo admiro esa capacidad tuya de saber recolocar las cosas, lo sentimientos, las emociones, y de saber plasmarlas en forma de palabras. A algunas eso nos cuesta años…Como te decía el otro día este viaje no es sólo físico y tú lo sabias…
    Eres maravilloso. Seguimos de cerca tus pedaladas. Te quiero ❤️

  3. La frontera con Canadá está a unos pedaleos. Cada día más cerca de tu objetivo sin olvidar el placer del viaje. Mucha fuerza, amigo. Te mando muchos abrazos y besos para los momentos tristes.

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