Finalmente el día 13 de diciembre, con una rueda nueva y una buena dosis de hospitalidad recibida por parte de la familia Ramseier después de mi percance con la llanta, salimos de Las Vegas dirección Joshua Tree.
Los siguientes 250 kilómetros transcurrieron a través del desierto de Mojave. Cuando uno piensa en el desierto, se imagina extensas llanuras áridas sin mucho que ofrecer, pero no fue esto lo que nos encontramos. Cada día superamos un desnivel medio de 750 metros positivos por carreteras solitarias donde pudimos disfrutar de noches de acampada con una temperatura muy agradable, un cielo repleto de estrellas, especies autóctonas como el peculiar Joshua Tree que crece únicamente en esta parte del mundo, el ocotillo (un cáctus con unas flores preciosas), lagartos y coyotes. Además de deleitarnos la vista con paisajes infinitos, plantas y animales, aquí pude apreciar el silencio más profundo que he experimentado a lo largo de estos 6 meses.
En el desierto puedes acampar prácticamente donde quieras porque las zonas habitadas son reducidas, y además de esto, Mojave es un territorio protegido.
La segunda noche, mientras estaba en el saco de dormir preparando la ruta del día siguiente, mis ojos se toparon con una carretera en el mapa: la 66 de California. ¿Sería posible que de manera no intencionada fuéramos a atravesar un tramo de la que es probablemente la carretera más icónica de los EEUU? Así fue. A la mañana siguiente después de una bajada prolongada de casi 30 kilómetros, aterrizamos en un área llamada Amboy, uno de los pocos sitios donde se conservan tramos de la original ruta 66. En medio de la ruta, nos encontramos con el Roy’s Motel, el cual ha sido escenario de múltiples películas como The hithcer, Kalifornia, Southbound… Es uno de esos lugares que gracias al cine de Hollywood habitan dentro de nuestro imaginario. Paramos en la gasolinera que se encontraba pegada al Motel para comprar unos snacks y unas garrafas, porque en esa zona del desierto no llega el agua corriente. Uno de los propietarios, Ken, nos habló de la historia del Motel y como el lugar ha sobrevivido 95 años desde que abrió sus puertas. Actualmente vive por y para los viajeros románticos que miran a este trozo de carretera como lo que un día fue, y saben apreciar la magia de un entorno como este en medio de la nada.
El camino continuó con algún que otro tobogán en la carretera, y paisajes que había soñado, imaginado o visto en algún sitio anteriormente.
El desierto es uno de esos lugares insólitos donde todo lo que acontece es magnificado automáticamente. Los colores brillan más, los sonidos tienen más eco, y cualquier elemento extraño al paisaje capta tu atención enseguida. Quizá es más fácil apreciarlo si vas a 16 kilómetros/hora.
El día 17 llegamos a Joshua Tree, donde nos esperaba Gary, nuestro nuevo anfitrión de Warmshower. Vive a 10 kilómetros colina arriba del pueblo de Joshua en una preciosa casa construida por él mismo con mucho cariño y buen gusto. El espacio que ofrece a sus viajeros para dormir es su querida volkswagen California de 1980 con la que recorrió todo EEUU hasta dos veces cuando era joven. Nos ofreció una rica cena y compartimos una agradable velada con él. Gary está retirado y lleva viviendo en Joshua Tree 23 años. Cuando le pregunto qué le hizo mudarse desde New Hamphsire, en la costa este, hacia el desierto de California, me cuenta que uno de los motivos fue la temperatura y otro el silencio. Me confiesa que aunque tiene algunos vecinos alrededor, lo único que escucha algunas noches es a los coyotes cantar. Automáticamente viene a mi cabeza el libro «No era esto a lo que veníamos» en el cual la autora, María Bastarós, enamorada de los desiertos como ha confesado en más de una ocasión, narra una serie de relatos de diferentes temáticas, muchos de los cuales se desarrollan en el de Monegros. Desde luego es un hábitat que a pesar de que, como he mencionado anteriormente, tiene fama de aburrida y árida, merece atención y análisis. Quizá a veces necesitamos que no pase nada a nuestro alrededor, eliminar lo grandioso de las montañas, los edificios, o los árboles, para escuchar qué hay de fondo. Poner atención al verde que crece entre tanta arena, o al coyote que aulla a lo lejos.
El día 18 nos despedimos de Gary y seguimos camino hacia el sur. No tenemos una fecha concreta para cruzar a Baja California (México), pero sí tenemos planes para navidad, en concreto para nochevieja: el Padre Hugo, un párroco que vive en Ciudad Constitución y del que me han hablado maravillas otros viajeros, nos espera para pasar junto a él y su familia el último día del año, así que debemos empezar a pedalear fuerte.
Antes de abandonar Joshua Tree, me dirijo a la oficina de correos donde estoy esperando un paquete. Lo recojo y al salir por la puerta no puedo creerme lo que veo: Addison, el amigo que hice en las montañas rocosas de Canadá, el cual estaba viajando desde el punto más al Norte de Alaska hacia su casa, al lado de Los Ángeles. Mi primera reacción es de extrañeza y aturdimiento ya que no puedo creerme que esté allí, es demasiada casualidad. En seguida nos abrazamos. Addison no para de reírse: -¿No me esperabas aquí?-. Por lo visto, hace cuatro días vio en una foto que subí a Whatsapp que estaba atravesando el desierto de Mojave, y me preguntó cuantos kilómetros estábamos haciendo al día. Sin previo aviso, Addison hizo sus cálculos y previno que estaríamos llegando sobre estas fechas a Joshua Tree. No ha venido solo: junto a él viene Ti, un alemán de tan solo 20 años, al que Addi conoció en la costa de California mientras volvía a casa, y el cual está viajando también desde Alaska hacia Argentina. Addi le está hospedando en su casa hasta que siga bajando hacia México. Sigo sin poder salir de mi asombro mientras me cuenta todo ésto. Pero el día no había hecho más que empezar. Mientras yo hablaba con Addison y nos poníamos al día observé que Lali, que estaba junto a las bicis, estaba hablando con una mujer en castellano; me imaginé que sería una de las tantas personas curiosas que se nos acercan a charlar en cada ciudad que paramos. En un momento determinado, tanto Lali como la mujer se acercan a nosotros, y Lali nos cuenta que la mujer se llama Taura, vive en Joshua Tree, tiene una protectora de animales y también una finca enorme donde tiene una casa independiente que alquila. Lali le ha caído bien después de charlar con ella y contarle el viaje, y Taura nos ofrece esta casa para pasar la noche totalmente gratis y así poder disfrutar del día con nuestros amigos. Taura no puede resultar más encantadora: derrocha energía y armonía en casa palabra que sale por su boca y en seguida nos da mucha confianza. Nos miramos todos, Addy, Ti, Lali y yo. Desde luego que es un plan estupendo. El día ha cambiado en cuestión de minutos. En seguida montamos las bicis en la pick up de Taura y nos dirigimos a casa de esta mujer que hace diez minutos era una completa desconocida y de la cual ahora somos huéspedes. Addi y Ti nos siguen con su coche detrás por caminos de arena sin asfaltar rodeados de cactus y Joshua Tree hasta llegar a una preciosa finca donde nos espera nuestra casa para esta noche.
Por el camino, Taura, que habla perfecto castellano, nos cuenta que estuvo viviendo muchos años en el pirineo aragonés y el país vasco cuando escalaba, y allí fue donde aprendió el idioma. Nos habla de que tiene varios amigos que viajan en bici, y que sabe lo que significa para nosotros poder dormir en una cama, y también lo que supone parar más de un día en un sitio. Es ella la que nos agradece que recibamos su hospitalidad. Me parece tan surrealista. Pero la miro a los ojos y recuerdo haber visto ese brillo muchas otras veces y haberlo experimentado por mi mismo: la sensación de estar cuidando, brindando ayuda de manera altruista a alguien que la valora y aprecia en el momento preciso.
Una vez en la casa, Taura nos hace un pequeño tour para explicarnos como funciona el baño, la cocina y nos dice que podemos dormir en cualquiera de la habitaciones, toda la casa es para nosotros. Le damos las gracias de nuevo, y de nuevo es ella la que nos las devuelve.
-Estáis en vuestra casa. Mi casa está un poco más arriba de este camino, si necesitáis comida o cualquier cosa no dudéis en ir a cogerla. Ahora me tengo que ir porque he quedado para una fiesta de tarde y luego tengo que irme a entrenar capoeira.- Nos abrazamos efusivamente para despedirnos.
Una vez se va, los cuatro nos miramos con cara de asombro mientras comentamos lo increíble de la situación. Llegamos a una conclusión: la magia de la bicicleta. Los cuatro venimos de sitios y experiencias totalmente diferentes, tenemos edades diferentes, pero los cuatro en algún momento hemos experimentado situaciones como la que acabamos de vivir, en la cual solamente por viajar pedaleando sobre dos ruedas alguien te mete en su casa sin haber intercambiado más que diez minutos de conversación. Resulta que en un lugar como el desierto, árido, seco y donde todas las plantas tienen pinchos, la hospitalidad y amabilidad de su gente es la mayor forma de resiliencia.
Una vez dejamos las bicicletas y el equipaje en la finca, nos ponemos rumbo al parque nacional de Joshua Tree, el cual visitamos con el coche de Addi. Allí disfrutamos de un precioso atardecer acompañado de champagne para celebrar. Celebrar los encuentros fortuitos, la bicicleta y la amistad de quien conduce durante dos horas y media sin ninguna certeza pero con la intuición de que va a encontrarse contigo si lo hace. Porque otra cosa no, pero los cicloturistas nos valemos de nuestra intuición como la mayor de nuestras armas.
Terminamos el día comiendo unos tacos todos juntos, y nos despedimos porque Addi y Ti tienen dos horas y media de vuelta a Santa Ana. Nos abrazamos con la certeza de que tarde o temprano nos volveremos a ver.
A la mañana siguiente, amanecimos sin prisa en la maravillosa casa que Taura nos había prestado, e insistimos en invitarla a desayunar en el pueblo antes de partir. Había un tramo en la ruta de ese día que teníamos que hacer en autostop porque Gary, nuestro anterior anfitrión de Warmshower, nos advirtió que la carretera atravesaba un cañón durante 20 kilómetros en el cual no había arcén y los coches volaban. Al comentárselo a Taura, insistió en que nos llevaría ella, pero para ir más segura, llamaría a un amigo que nos escoltaría durante la bajada porque ella se fiaba lo justo de su vieja camioneta Chevrolett de 1963.
Durante el desayuno charlamos sin prisa, y nos habló de sus viajes por España, Europa, Marruecos y Brásil en solitario en los años 80 y 90, y las aventuras y retos que supusieron siendo mujer. Escuchábamos sin poder parar de preguntarla. Derrochaba pasión en cada acción y palabra que salía de su boca. Hay personas que de manera genuina están conectadas a la vida y el entorno que habitan sea éste cual sea, y Taura es una de ellas. No había más que observar como se relacionaba con los camareros, vecinos del pueblo, y con nosotros mismos. Nos contó que actualmente en su refugio para perros cuenta con 10, los cuales son muy mayores. Quiere acompañarlos en el final de sus vidas, y cuando llegue el momento, le apetece salir de Estados Unidos y buscar su hueco en otro lugar.
Cuando acabamos los abundantes desayunos, se resistió pero al final nos dejó invitarla.
Nos ponemos en marcha y pasamos por casa de Richard, el amigo de Taura que nos va a escoltar con su coche. Después de una larga bajada atravesando el mencionado cañón, Taura y Richard nos llevan hasta unos Hot Springs (aguas termales) donde por lo visto hay un camping. Mientras aparcamos en la entrada, a nuestro lado aparca una caravana de la que se baja una mujer. Taura le menciona que le gustan las pegatinas que lleva en la parte trasera. La mujer se lo agradece, y le devuelve el cumplido haciendo referencia a la camioneta de Taura. Se presenta como Tamara, es de Arizona, y nos cuenta que somos las primeras personas con las que habla después de haber estado en un retiro de meditación durante siete días. En ese momento Taura tira del hilo y comienzan a charlar. En un momento determinado le cuenta que nos conoció ayer y le habla brevemente de nuestro viaje. En ese momento Tamara nos ofrece compartir la parcela que acaba de reservar para pasar la noche. Nos dice que ha pagado 80$.
Nos dirigimos a la parcela de Tamara y charlamos entre todos durante un buen rato. Taura y Tamara han conectado también y antes de despedirnos intercambian teléfonos. Nos abrazamos emotivamente para despedirnos de Taura y Richards. Tenemos un sitio en Joshua Tree, y una amiga que visitar en el futuro.
Acabamos el día en el spa y las aguas termales, de las que gracias a Tamara podemos disfrutar de manera gratuita. Volvemos a nuestro campamento, preparamos la cena para compartirla con nuestra anfitriona y comemos dentro de su caravana.
A la mañana siguiente empezamos un poco tarde a pedalear (11 de la mañana) y el calor nos avisaba de que a partir de ahora nos iba a tocar madrugar para nuestras etapas. A pesar de empezar tarde, terminamos el día haciendo 90 kilómetros que en su mayoría transcurrieron por una pequeña carretera estatal sin apenas tráfico, y encontramos un spot mágico para poner la tienda a orillas del Salton Sea.
Seguimos rumbo a la frontera de Caléxico, pero no podemos salir de California sin antes visitar uno de los sitios más emblemáticos para viajeros y curiosos, y el cual tenía marcado dentro de los lugares que visitar en EEUU: Slab City.
Slab City es una comunidad no registrada ni oficial, de personas que buscan vivir de manera alternativa y al margen de la sociedad. En los años 60-70 se convirtió en uno de los epicentros del movimiento hippie, y a día de hoy sigue siéndolo. Ha sido escenario de películas como Nomaldland, y también es conocido que el protagonista de Into the Wild, Christopher Mccandless, pasó aquí una larga temporada antes de seguir hacia el norte. A día de hoy, los principales habitantes son los conocidos snowbirds (personas en su mayoría jubiladas que huyen del duro invierno de sus estados del norte de américa, y viajan hasta este punto del desierto de California en sus autocaravanas, furgonetas o mobil homes), artistas que llegan en busca de inspiración, y gente que decide vivir al margen de la sociedad. Uno de los iconos de Slab City es un monumento llamado Salvation Mountain. Esta Montañana pintada hecha a base de adobe, paja y restos de otros materiales, fue construida por Leonard Knight, el cual llegó a Slab City en los años 80 con la idea de promulgar y extender los aprendizajes y enseñanzas de Dios a través de diferentes formas. Una de ellas, fue la construcción de este altar a Jesús y diferentes pasajes de la biblia el cual le llevo casi 30 años terminar. Seas religioso o no, lo cierto es que al admirar y estar cerca de este monumento, se respira una energía especial. Fue un buen broche para nuestra experiencia estadounidense.
Mientras abandonábamos Slab City, leí en un grupo de whatsapp de cicloviajeros mexicanos en el que estoy, que un hombre comentaba que ayer había cruzado de Mexicali a California, y que precisamente hoy llegaba a Slab City. Me pareció que hubiera sido triste dejar pasar esa coincidencia, así que le escribí y le comenté que nosotros estábamos a punto de abandonar Slab. Quedamos a mitad de camino y así conocimos a Pedro Alonso, un madrileño, en concreto de Carabanchel, que viene desde Ushuaia en bici con dirección Alaska. Le ha tomado dos años llegar hasta aquí desde la Patagonia, porque como él dice, se ha tomado su tiempo. Siempre es agradable encontrarse otro cicloviajero, más aún si es hispanohablante, y mucho más aún si es del sur de Madrid. Intercambiamos un rato de charla, y ambos nos dimos diferentes tips: nosotros a él sobre EEUU y Canadá, y él a nosotros sobre México. Nos hubiera encantado quedarnos más rato, pero empezaba a oscurecer y teníamos que aproximarnos más a la frontera para cruzar al siguiente día, así que nos despedimos con un abrazo, nos deseamos suerte mutuamente y retomamos nuestro camino. Esa noche dormimos en una especie de camping municipal en Wiest Lake. A la mañana siguiente paso el Ranger y nos dijo que no hacía falta que pagáramos.
Amanecemos en el que es nuestro último día en Estados Unidos, con 40 kilómetros por delante hasta Caléxico, el pueblo fronterizo de California por el que cruzar a Mexicali. Cruzamos la frontera sin ningún problema y empezamos a pedalear para salir de la ciudad y buscar un lugar donde poner la tienda a las afueras, cuando de repente mi rueda trasera empieza a deshincharse completamente. Me bajo para examinar, y descubro que las cubiertas de kevlar que llevo son a prueba de todo, excepto de clavos de 5 centímetros. Paramos a un lado de la carretera, y me pongo manos a la obra. De repente un hombre da un frenazo saliéndose de su carril. Se baja y se acerca sonriente para preguntarnos si todo está bien. Le contamos que sí, que simplemente hay que cambiar la cámara, agradeciéndole que haya parado. Vuelve al coche, y le dice a Lali que vaya. Lali va con él y el hombre le da una bolsa con doce tamales de puerco y pollo. -¡Bienvenidos a México! – Nos grita desde el coche sonriendo y despidiéndose con la mano.
La música y el gentío en la calle, el tráfico a todo trapo, puestos de comida por todos lados… finalmente estamos en México.
Han pasado seis meses desde que comencé el viaje en el punto más alto de Norteamérica, y después de 4 meses en EEUU y 2 en Canadá, son muchas las conclusiones a las que he llegado. Pienso en los prejuicios que traía de casa, las ideas preconcebidas de lo que me iba a encontrar y lo que finalmente me he encontrado. Cuando abandono un país, suelo hacer un pequeño análisis acerca de cuatro factores que para mi son representativos y me ayudan a comprender mejor los lugares que visito: Cultura (gastronomía, historia, música, cine…), Política (tendencia actual, economía…), Territorio( parques nacionales, es fácil acampar, es fácil tomar caminos secundarios…) y Gente (el trato del tú a tú con las personas que te encuentras).
Estados Unidos es un país enorme, y aunque existe una cultura subyacente a todo el territorio, nada tiene que ver alguien de la costa Este con alguien de la costa Oeste. A nivel económico Estados Unidos es el papá del capitalismo, el liberalismo y el individualismo como modelo, y eso son cosas que detesto con todas mis ganas; no obstante, hemos encontrado mucha, mucha gente que huye de esa forma de pensar y vivir y busca hacerlo de otras completamente distintas, y aborrecen que se piense en esas dos cosas cuando se habla de EEUU.
Existe una cultura rica no, riquísima respecto a la música, la literatura y qué decir del cine. Pero no nos hacía falta cruzar un océano para saber eso.
En cuanto al territorio, contra la idea y los miedos que traíamos de casa respecto a la propiedad privada y lo difícil que podía ser hacer acampada libre, nos hemos encontrado que en la costa Oeste, la mayoría de territorio en los estados está constituido por terreno libre o público, por lo que la acampada no puede ser más fácil: está lleno de campings o áreas recreativas en las que por poco dinero (o gratis) puedes poner la tienda y hacer fuego, o acampar a tu aire en cualquier terreno que no sea privado. No hemos tenido ningún problema nunca, incluso pidiendo permiso en tiendas, gasolineras, o propiedades privadas a la hora de dormir; esta gente está más que acostumbrada a la acampada y todo lo que tiene que ver con deportes al aire libre. Por no hablar de la vida salvaje: aquí he visto osos grizzlies, osos negros, lobos, coyotes, renos, ciervos… Nos dejamos los cocodrilos para más abajo.
Y respecto al trato del tú a tú, como viajeros y ciclistas, hemos encontrado hospitalidad en diversas formas, y mucha generosidad. El estadounidense tiende a ser desconfiado a veces, pero muy, muy generoso en cuando tiene la confianza. Y esto lo hemos vivido en forma de coches que paran en medio de la carretera para bajarse y darnos agua fría o comida, puertas abiertas para dormir dentro de casas de completos desconocidos, e incluso gente que se ha acercado a darnos dinero en la mano.
En cualquier caso, y aunque la experiencia hubiera sido otra, me alegra haberlo vivido y descubierto con mis propios ojos y a través de mi propia vivencia, y no conformarme con lo que podría haber escuchado o leído por ahí.
Seguimos dirección Sur!