Si bien es cierto que en esta manera de viajar que practicamos ahora no hay demasiado espacio para el tiempo y la prisa, que nos dejamos llevar por donde mejor sople el aire y a donde más nos arropen, hay cosas a las que seguimos expuestos como cualquier otra persona. La que más nos afecta probablemente sea el clima. Y esque estando tan agusto en México, no tuvimos espacio para preocuparnos de cuando comienza la temporada de lluvias en Centroamérica, nuestra siguiente parada. Debíamos decidir entonces si desde Palenque dirigirnos hacia Frontera Corozal y cruzar a Guatemala por la selva renunciando así a visitar la península de Yucatán, o retrasar unas semanas más la salida del país. Por ahora no había comenzado la temporada fuerte de lluvia según nos dijeron algunos contactos en Guatemala y Costa Rica, pero eso podía cambiar en cuestión de semanas.
Decidimos arriesgarnos. No estábamos preparados para decir adiós a México, estábamos demasiado cerca de la península como para saltárnoslo, y uno nunca sabe cuando va a volver. Cruzamos así desde Chiapas al estado de Campeche.
Con tan solo unos kilómetros de diferencia el clima pasó de ser calor húmedo a calor seco. El estado de Campeche no nos ofreció demasiado, únicamente una autopista sin apenas tráfico por la que estuvimos pedaleando durante tres días antes de cruzar al estado de Yucatán. Lejos de los hoteles y resorts de lujo de Cancún y Playa del Carmen con aire acondicionado y buffets, nuestras jornadas consistían en madrugar bastante para evitar las horas de máximo calor, pedalear durante seis o siete horas por una recta infinita sin árboles alrededor, escuchando podcast o discografías enteras, con la meta máxima de encontrar un hotel con piscina al final del día, en el cual negociar un precio para que nos dejaran acampar y usar la alberca. Esto no fue difícil y todos los días teníamos nuestro premio al acabar la etapa. Durante el día pasamos por pequeños pueblos donde, al igual que en el resto de México, la gente es hospitalaria y amable, y con un paisaje humano y natural que nos recuerda más a Cuba que a México.



Una vez cruzamos al estado de Yucatán, encontramos en nuestra ruta uno de los motivos por los que vinimos a la peínsula: Cenotes. Visitamos y acampamos en el de Kankiriche, un cenote semiabierto de agua cristalina al que se accede bajando casi 15 metros por unas escaleras que dan lugar a una galería con estalacticas, estalagmitas y raices de los árboles de la superficie que llegan hasta el agua. Una maravilla natural desde luego. Mi miedo irracional a bañarme en aguas profundas no me permitió más que meterme y salir rápido para quedarme sentado en el borde de una piedra con los pies metidos durante un rato, pero simplemente estar ahí abajo observando la cueva fue una maravilla.



Entre etapas largas y calurosas, el 12 de mayo llegamos a la ciudad de Mérida, donde nos recibió Raúl Espejo en la casa ciclista que lleva funcionando desde hace casi 9 años. Allí Raúl, recibe cicloviajeros y les hace sentir como en su hogar. Nos quedamos con él cuatro días, y también aprovechamos para darle un repaso a la bici de Lali que necesitaba cambiar el freno y ajustar los cambios. Visitamos la ciudad de Mérida, un lugar tranquilo pero con mucho movimiento cultural y lugares que visitar alrededor. Allí coincidí con Jaime, un cicloviajero Colombiano con el que empecé a hablar hace un año a través de un grupo de Facebook de cicloturistas. Me escribió al saber que yo iba a empezar mi viaje en Alaska, porque ese era su destino final. Casualmente los dos nos encontramos en Mérida y decidimos vernos. Jaime es maestro y filólogo y tiene un proyecto muy bonito llamado Rueda Libre, a través del cual va impartiendo talleres de lectura y escritura creativa por las ciudades y pueblos por los que pasa a cambio de hospedaje y comida. Así ha venido viajando durante un año desde que inició en Medellín. Qué mejor manera de encontrarnos que en uno de los talleres que iba a impartir en Mérida esa semana.

Con el compa Jaime en el taller de escritura. Su proyecto se llama RuedaLibre y lo podemos encontrar en instagram como: ruedalibrerueda
Desde Mérida atravesamos la península por el interior y llegamos hasta Tulum. Allí dormimos en la casa de la cultura que Hugo ofrece a los cicloviajeros para pernoctar. Nos ofreció una salita de música con aire acondicionado, y un baño donde pudimos ducharnos a «jicarazos», con una botella vamos. No hubiera cambiado ese hogar por ninguno de los hoteles de lujo que teníamos alrededor en ese momento. Quizá suene exagerado para alguna gente pero es real. Después de mucho tiempo conformándote con tan solo un lugar seguro donde poner la tienda de campaña y poder colgar una bolsa con agua para ducharte, un porche se convierte en algo un poquito más lujoso, y un lugar con ventilador se transforma en un hotel de cinco estrellas, por muchas cucarachas que haya en el baño. Cuando estuvimos en Cuba con el padre de Lali, estuvimos en un resort pagado por él los últimos cinco días. Al segundo día estaba empachado. Disponer de un buffet libre en un país como Cuba me parecía casi insultante después de 8 meses basando mi alimentación en pasta con atún, huevo y frijoles. Bañarme en la piscina del hotel dejó de saberme dulce al tercer día, porque previo al baño no había estado pedaleando bajo un sol ardiente. Lejos de romantizar la carencia, esto es un alegato al exceso. A mi mente viene la sensación que tuve cuando, en la Columbia Británica, pise una moqueta descalzo después de estar un mes entero sin descanso acampando y pedaleando en los bosques, basando mi alimentación en arroz y frijol para no atraer animales. Espero que jamás se me olvide la suavidad y gratitud que experimenté.
Por mucho que nos estuviera costando hacerlo, tocaba despedirse de México, de su comida y su gente, para continuar hacia el sur.
En las últimas jornadas de pedaleo en esta tierra, mientras nos dirigíamos hacia Chetumal para cruzar a Belice, me dediqué a reflexionar sobre nuestro paso por este hermoso país, las ideas preconcebidas que traía de casa y cómo muchas han cambiado o han sido intercambiado por otras.
Apuesto a que si vienes de un país occidental como yo y le dices a la gente de tu entorno que vas a viajar a México y encima en bicicleta, lo primero a lo que hará referencia la mayoría de la gente será a la seguridad. Así fue en mi caso, y no faltó gente que me advirtió sobre los secuestros, desapariciones, violencia del narco, delincuencia, corrupción… Y cierto es que todo esto existe. De muchas de esas cosas hemos sido testigos o conocedores por nuestra propia experiencia y de otras a través de las tantas conversaciones que hemos tenido con la gente local.
Por desgracia, no hubo tanta gente que me advirtiera de que también en México me iba a encontrar una de las mejores y más variadas gastronomías que he probado, un patrimonio cultural e histórico tan rico como la comida, cumbia constantemente, gente amigable que te hace sentir lo mejor que saben y que repiten constantemente una frase tan bonita como «mi casa que es tu casa», y una variedad de paisajes y climas que nada tienen que envidiar a otros países.
Lamentablemente el sistema de terror con sus agentes de terror existen, y hacen mucho ruido. El miedo es algo lucrativo también y supongo que a determinadas personas o gobiernos les interesa tener a la población tan preocupada por la seguridad y tener todo controlado para que ni se planteen montarse en una bicicleta y disfrutar de todo lo mencionado anteriormente.
Hay tantos riesgos y cosas que podrían haber salido mal desde que salí de Alaska… Osos en el norte, gente armada en EEUU, luego México con el cártel y ahora centroamérica con las pandillas… mientras mucha gente desde Europa me advertía y volcaba sus miedos sobre todo esto, a mi lo que más me acojonaba (y sigue haciéndolo) era vivir con tanto miedo como para dejar escapar la oportunidad de ver un oso grizzlie en libertad, atravesar algunos de los más inmensos paisajes en EEUU, o disfrutar de la inmensa hospitalidad de centroamérica. Hay tanto detrás del miedo… Y si algo me está dando este viaje es la claridad, de que detrás del miedo es donde yo quiero habitar este patio de recreo que llamamos existencia. Porque ahí es donde me han sucedido algunas de los recuerdos más bonitos que guardo. Hablaba con el amigo Álex el otro día por teléfono, ese viajero costarricense que conocí en Alaska y que tan generoso fue conmigo. De nuevo mencionó aquella frase que me dijo a la luz de una hoguera en nuestro campamento en el parque Denali: «Al igual que un oso, uno va acumulando experiencias, anécdotas y recuerdos durante el verano de la vida, para durante la vejez, poder hibernarlos. Acudir a ellos y saborearlos como si se estuvieran comiendo en ese momento. Asegúrate de juntar los más sabrosos y jugosos».
Gracias México querido, estaremos de vuelta más pronto que tarde.
