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El corazón de México

El primer día que empezamos a pedalear después de nuestras dos semanas de trabajo en Igloo Kokolo, cruzamos a Michoacán, conocido como «el corazón de México. Uno de esos estados de los que, como viajeros, nos habían advertido de cuidarnos ya que entre otras cosas, actualmente hay una guerra abierta entre dos de los principales cárteles. 

El primer día llegamos a un pueblo muy pequeño llamado La Palma de Jesús, donde el alcalde enseguida nos recomendó un lugar tranquilo donde poner la carpa, y los vecinos se mostraron atentos y amables con nosotros.

Al día siguiente nos ponemos a pedalear temprano con dirección Zamora de Hidalgo, una de las ciudades más importantes de Michoacan, donde nos recibió Fernando de la RACMX. Allí visitamos su famosa e imponente catedral, la cual se encuentra entre las más grandes de Latinoamérica.

Las primeras jornadas fueron difíciles debido a nuestra falta de forma encima de la bici después de casi un mes de descanso, sumado a un fenómeno geográfico llamado Sierra Madre occidental, que nos hacía superar desniveles diarios de 1200 metros. No obstante, la mayor parte de las etapas transcurrieron por carreteras semi asfaltadas y caminos de campo por los que no hay apenas tráfico y en los cuales atravesamos pueblos muy pequeños por los que no pasan autobuses y en los que somos la mayor atracción. La gente al principio extrañada, no se atreve demasiado a hablar con nosotros pero en cuanto bromeamos sobre la inclinación a la que está el pueblo o cualquier cosa irrelevante, el ambiente se relaja y comienzan las preguntas y el interés. Lo que más nos repiten desde la curiosidad, es cómo hemos llegado a parar allí. Esto me hace pensar que no debe haber mucho turismo por estas carreteras secundarias. Nos invitaron a comer en pueblitos como La Esperanza, donde según aparecimos preguntando dónde comer, enseguida nos sentaron en el patio interior de una casa y varios trabajadores del lugar nos pagaron unos tacos dorados con carne. También fuimos invitados a un velorio (al que no pudimos asistir por tiempo) y a  participar de las fiestas de un pueblo llamado Erongarícuaro. Al poco tiempo entendimos por qué es conocido como «el corazón de México», y no es solo por su situación en el mapa. Recibimos calidez y hospitalidad en todos los pueblitos.

 

Michoacán es un estado con una historia muy interesante. Aquí se ubicaba la etnia Purépecha, uno de los pueblos más avanzados en la época prehispánica y el único no subordinado por parte de los Mexicas, el grupo que dominaba casi todo lo que a día de hoy llamamos México antes de la llegada de los españoles.

La situación actual de este estado es delicado, y pudimos empaparnos de ella gracias a muchas conversaciones que tuvimos con gente local, en las cuales nunca se habla del tema directamente; siempre por encima y con eufemismos. Desarrollamos la habilidad para preguntar ciertas cosas sin dar nombres y sin mojarnos. Cuando preguntas por qué camino tomar, muchas veces basta con interpretar un » por ese otro lado está más bonito», o «puedes ir por allí pero a veces está feito», Y quien quiera entender que entienda. 

Cada vez reafirmo más que para conocer bien la realidad de  un país tienes que irte al interior.  Atravesar pueblos que no son los que la gente te suele recomendar porque no son «coloniales» o los llamados «pueblos mágicos»,  y a los que puedes llegar a través de caminos de terracería o carreteras rotas. Entornos rurales donde encuentras otras realidades que para mí muchas veces son más auténticas.

 Y la mejor forma de llegar es en una bicicleta, huyendo de autopistas y carreteras principales.

Visitamos Pátzcuaro, una ciudad colonial que fue la capital de los Purépechas en la época prehispánica. Desde allí nos dirigimos a Ciudad Hidalgo, donde nos recibió Lalo junto a su mujer y su hija. Lalo es amigo de un miembro de la comunidad ciclista, el cual según sabía que llegábamos a la ciudad movió cielo y tierra para que tuviéramos una cama. Lalo nos preparó unas buenas hamburguesas al carbón, y tanto él como el resto de la familia no hicieron sentir como en casa una vez más. 

 

Nuestra siguiente parada desde Ciudad Hidalgo sería Ocampo, un remoto lugar dentro de la Sierra Madre donde cada año se produce uno de los acontecimientos naturales más impresionantes que he podido observar: millones de mariposas monarcas realizan una migración de casi 4000 kilómetros desde los territorios del norte de América como Alaska y Canadá, buscando el calor de los pueblos mexicanos entre octubre y febrero.

Las mariposas que migran son la cuarta o quinta generación de las que salieron del sur de México el año anterior, lo que significa que estas mariposas no son las mismas que hicieron el viaje el año anterior, pero siguen la misma ruta migratoria gracias a una especie de «memoria genética».

En su viaje hacia México, las monarcas atraviesan grandes distancias, utilizando los vientos y las corrientes térmicas para ahorrar energía. Se detienen en varios puntos para alimentarse, generalmente de néctar de flores, hasta llegar a su destino final. 

Cuando nos encontramos en la reserva natural con millones de estos increíbles seres revoloteando alrededor, no pude evitar sentir una especie de conexión y paralelismo con ellas, pues al final ambos venimos viajando desde el norte hacia el sur, buscando la calidez, el alimento y la seguridad en lugares remotos, con mucha incertidumbre en el camino y al fin y al cabo volando, cada uno a nuestra manera. Sin embargo hay algo en lo que me llevan ventaja, y es que ellas tienen claro a donde quieren llegar.

Desde Ocampo seguimos disfrutando de los hermosos pueblos y paisajes de Michoacan, hasta que el día 12 cruzamos al Estado de México. 

Visitamos Valle de Bravo un bonito pueblo metido entre un valle y un bonito lago donde el idioma que más se escucha es el inglés, y en el cual los precios de todo son de casi el doble. Desde aquí cogimos un autobús que nos llevaría a nuestra siguiente parada: Toluca de Lerdo. Decidimos tomar un autobús porque debíamos estar en Ciudad de México antes del día 15, debido a que desde allí tomamos un vuelo el día 17.

En Toluca nos iba a recibir Seth, de la comunidad ciclista. Finalmente no pudo pero sin dudarlo habló con la gente de su club de montaña: el grupo de exploraciones de México, y en seguida hubo quien se ofreció a recibirnos. Llegamos a casa de Brenda y su mamá Priscila donde, una vez más, fuimos recibidos con ganas y amor. Desde allí, al día siguiente realizaríamos la ascensión en bicicleta al volcán nevado de Toluca, el cuarto pico más alto de todo México. Esto llamó la atención a la gente del club de montaña, y esa misma tarde después de que nos hubiéramos acomodado en la casa, Sergio que trabaja para el periódico La jornada de México, nos hizo una pequeña entrevista sobre nuestro viaje para publicarlo en el diario. Nos fuimos a dormir temprano porque el día siguiente era un día de los grandes.

 

EL GRAN DÍA

Amanecimos a las 6:30. Me levanto con energía y sin sueño a pesar de la hora. Cuando la etapa es prometedora no tengo casi ni hambre por la mañana, y hoy es una de esas etapas. Hace mucho tiempo que oí hablar del nevado de Toluca, un volcán al que puedes subir a través de caminos y pistas forestales con la bici, ascendiendo a una altitud máxima de 4200 metros. Todo un caramelo.

A las 8 comenzamos a rodar desde la ciudad de Toluca, y desde el principio empezamos a ganar altitud. Cuando llegamos al pueblo de Raíces, el último área habitada antes del volcán, habíamos superado tan solo 25 kilómetros y casi 800 metros de desnivel a través de una carretera semi asfaltada. A partir de aquí, comienza una ascensión prolongada con porcentajes de desnivel que varían entre el 8 y el 12% sin dar tregua ni regalando nada en ningún momento. 

Poco a poco, esa masa blanca que vemos a lo lejos parece acercarse a medida que empujamos pedalada a pedalada.  No mucho después de abandonar el parque de Los Venados (el área de parking desde donde mucha gente comienza la ascensión), nos encontramos ya a 3700 mts y la altitud comienza a hacer estragos. Seguimos pedaleando, cada uno con su música y librando nuestra propia batalla. La mía tiene a Kate Bush y James de banda sonora.  El cielo empieza a cerrarse con nubes a medida que vamos devorando metros.

Después de 1300 metros ascendidos el cansancio empieza a hacer estragos, pero mirar alrededor hace que cualquier fatiga interna se olvide. Este ha sido uno de los lugares donde más pequeño me he sentido en el viaje. Me encanta sentirme pequeño en la naturaleza.

Después de casi cuatro horas y media y 1600 metros de ascensión, llegamos al cráter del volcán donde se forman dos lagos: el del sol y el de la luna. En ese momento estamos a 4232 metros.

Nos comemos los frutos secos y el snack correspondiente, nos ponemos el plumas, los guantes y el gorro, y comienza el descenso.

Al bajar nos esperan en casa Priscila y Brenda, deseosas de conocer nuestra experiencia e impresión. A escasos kilómetros de casa tienen un lugar muy mágico como les decimos, pero eso ellas ya lo saben. 

Al siguiente día hacemos un poco de turismo por Toluca con nuestras anfitrionas. 

Visitamos el cosmovitral de Toluca, el vitral más grande de todo el mundo, diseñado por Leopoldo Flores.

Desde aquí nuestra idea era despedirnos e irnos a la Ciudad de México en autobús para tomar el vuelo del que he hablado anteriormente. Pero Brenda nos propuso dar alguna charla sobre nuestro viaje para el club de exploración de México a nuestra vuelta, y como nos enctantan los reencuentros, decidimos dejar las bicicletas en su casa.

Tomamos el autobús para entrar en la capital. Allí nos recibió Daniel de la comunidad ciclista, el cual nos dejó las llaves de su casa y al día siguiente se marchó porque tenía un viaje. Una vez más confiando con la única garantía de que viajamos en bicicleta.

Aprovechamos el domingo para visitar el Tianguis de la lagunilla. Como madrileño estoy orgulloso de nuestro rastro, pero he de admitir que este mercadillo también es de nivel.

 

Ya tendremos tiempo de seguir conociendo la Ciudad de México a nuestra vuelta. Ahora nos preparamos, porque el próximo episodio será sin bicicletas y desde otro país, asere.

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