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El techo de México

Al poco tiempo de entrar en México la idea de subir el pico Orizaba, un volcán que con sus 5636 metros es el más alto de México, empezó a obsesionarme. Durante estos meses he atravesado muchas zonas montañosas en Norteamérica, y hasta que entré en México no sentí esa llamada. Soy del pensamiento de que es menester obedecer esos reclamos e impulsos siempre que se pueda.

No tenía claro que surgiera la oportunidad de hacerlo porque, aunque la ascensión no era muy técnica, nunca había estado a esa altitud y lo mejor sería ir con algún local que conociera la montaña. Durante varias semanas estuve preguntando en varios grupos, y a amigos de la montaña si conocían a alguien que fuera a ascender próximamente. La única opción era subir con guía privado y los precios salían de mi presupuesto.

Así pues, nos alejamos de los estados de Puebla Y Veracruz, próximos al pico, y a medida que avanzábamos hacia el sur empecé a olvidarme de la idea. Una semana después de habernos alejado de la zona donde está Orizaba,  nuestra amiga Brenda del Club de exploraciones de México, me puso en contacto con Absa, un guía local que me proponía un precio mucho más razonable para realizar la ascensión. Mientras estábamos en Oaxaca, valore por varios días si desplazarme de nuevo hasta allí. Finalmente decidí tomar dos autobuses desde Oaxaca para intentarlo.

El lunes Absa junto a sus dos amigos Ibar y Arturo, con los que ascenderiamos, me recogieron en Ciudad Serdan en el hotel donde pasé la noche. Hicimos la aproximación hasta el refugio de Piedra Grande en 4×4, ya que es la única manera de acceder además de a pie. Después de una hora y media por un camino de arena que pienso que sería imposible atravesar en bicicleta, llegamos al refugio. Nos llevó hasta allí Don Joaquín, un hombre de 80 años que ha dedicado prácticamente toda su vida a subir gente al pico, a cuidar de él, amarlo y respetarlo. Me erizaba la piel observar la relación que tenía con la montaña y como hablaba de ésta. Una leyenda del alpinismo en México. 

Las tres rutas de ascenso abiertas hasta el pico

De derecha a izquierda, Arturo, Absa, Don Joaquín, Ibar y un servidor. De fondo, asomando timidamente, el Pico de Orizaba

En el refugio estuvimos charlando, comiendo e hidratándonos bien. A eso de las 20 nos fuimos cada uno a nuestro saco. No fui capaz de dormir hasta las doce de la noche debido probablemente a la altura y los nervios de lo que nos esperaba.

A la una de la madrugada nos despertamos y empezamos a prepararnos. Hicimos un poco de café y Arturo quemçó unas piedras de incienso en honor a Tonantzi, la Madre de todos en la cultura Mexica. Figura que a la llegada de los españoles, se asoció a la virgen de Guadalupe.

 

 
 

A las 02:21 comenzamos la ascensión. Nos desplazamos con nuestros frontales durante casi 3 horas y media por terreno volcánico muy roto en el cual en muchos momentos era difícil encontrar camino, para acercarnos al Glaciar de Jamapa.

A las 5:40 aproximadamente estábamos llegado a las faldas del Glaciar, desde donde comenzaba el ataque a la cima. 

En ese momento nos encontrábamos a 5000 mts, y noté que algo no andaba bien. A pesar de llevar un buen rato andando seguía con frío en manos y pies, y noté un ligero mareo. Pensé que probablemente era principio de mal de altura. Absa me recomendó usar la manta térmica, así que durante los siguientes 30 minutos permanecí arropado con ésta en posición fetal para tratar de ganar grados. Desde esa posición y a pesar de lo complicado de la situación, pude apreciar como el sol empezaba a salir entre el mar de nubes que se encontraba a nuestros pies, rozando la pared vertical que nos tocaba ascender. A pesar del malestar y el aturdimiento, recuerdo que me sentí afortunado.

Una vez noté que mis extremidades y cuerpo habían ganado temperatura, abandoné la manta térmica y comencé a hidratarme bien. 

Desde aquí, comenzaba la escalada a través del glaciar y había que decidir qué hacer. Me sentía un poco mejor pero una vez que nos encordáramos y comenzáramos a subir, será más difícil hacer un descenso de urgencia. 

 

 Reviso mentalmente mis síntomas y me doy cuenta de que el dolor de cabeza y el frío se han ido pero el aturdimiento continua. Hace frío y no hay mucho tiempo para decidir. Es entonces cuando una voz en mi cabeza me empieza a hablar y me invita a intentarlo. Decido confiar en mis capacidades. Reconozco que es la misma voz que me habla muchas veces cuando tengo que decidir si tomar un camino u otro, cuando tengo que escoger donde acampar, o si confiar o no en alguien. Yo la llamo intuición.

Viendo amanecer arropado y entrando en calor

Obedezco y decido intentar la ascensión.

Empezamos a prepararnos con los arneses, crampones y piolet, y una vez estamos encordados comenzamos a avanzar por el glaciar. 

El glaciar de Jamapa es el último glaciar que queda en México. En 1985 el volcán contaba con trece glaciares más que se han extinguido completamente. 

Avanzamos lentamente por la enorme masa de hielo que en muchos tramos cuenta con una inclinación de 40 grados. Cada diez pasos más o menos hacemos una parada para oxigenados bien. A medida que avanzamos, sigo notando como mi cuerpo no está respondiendo bien y la presión aumenta. Después de una hora y media aproximadamente atravesando el glaciar, empiezo a notar que me falta el aire. Avanzo cuatro pasos y me cuesta respirar. El mareo persiste. En ese momento nos encontramos a 5420 metros. Faltan 200 metros de altitud para la cima, y quizá 500 metros de distancia. Lo que se traduce como una hora viendo el estado en el que me encuentro.

ntonces de nuevo aparece la voz, y está vez me recuerda algo que he escuchado varias veces en boca de muchos amigos y referentes de la montaña: igual de importante es tener ímpetu para lanzarte a hacer algo, como humildad para saber cuándo dejar de hacerlo. 

Valoro la situación, y me doy cuenta de que el ejercicio que toca hacer ahora es de humildad. Miro hacia abajo, observo el mar de nubes y toda la distancia recorrida en estas casi 6 horas. Miro arriba, observo la cumbre imponente retándome, desafiante. La percibo cerca pero se que no lo está. Un par de lágrimas de orgullo y tristeza se me deslizan hasta el pañuelo buff que me cubre toda la cara. Miro a Absa y le digo que es el momento de bajar. 

Comenzamos entonces el descenso y el malestar continúa durante las cinco horas que tardamos en regresar al refugio. Allí nos recibe Joaquín, que de nuevo ha subido a buscarnos con su vehículo 4×4. Hasta que no llegamos al pueblo de Tlachichulca a dejar el material y estamos a 2500 metros, continuo mareado y algo aturdido.
 

Decido pasar una noche más en el pueblo de Ciudad Serdán antes de regresar a Oaxaca, debido al cansancio y la resaca.

Acabo el día tumbado en la cama del hotel donde me encuentro, reflexionando sobre lo vivido. Tranquilo por haber tomado una decisión coherente a tiempo, y con el orgullo algo dolido por haber estado tan cerca de rozar el techo de México. Además de esto, y a pesar del agotamiento físico y mental, experimento una especie de energía que sale desde muy adentro, como cuando llega un día que esperabas con ansia. Creo que algo ha despertado de nuevo en mí, y ese algo tiene que ver con volver a subir montañas. Me espera un largo camino hacia el Sur repleto de ellas.

 

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3 comentarios en “El techo de México”

  1. Esa voz interior es la frontera entre la supervivencia y la locura. No dejes nunca de escucharla. Con tu relato me veía en ese mar de nubes y estoy segura de que no debe haber muchas experiencias que se le igualen. ¡Qué suerte, Hugo, qué afortunado de haber podido contemplar tanta belleza! Lo importante es el camino, no la meta
    Te quiero ❤️

  2. Bravo Hugo por llegar donde vas llegando en cada momento, ese es el punto importante y saber distinguirlo de otras metas es… sabiduría.
    Me da que esto que has vivido y aprendido no se olvidará jamás y eso… también es sabiduría.
    A seguir andando el camino 😘😘😘😘😘

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