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«No somos los pasamontañas, somos la montaña que se mueve»

Sueña Antonio con que la tierra que trabaja le pertenece, sueña que su sudor es pagado con justicia y verdad, sueña que hay escuela para curar la ignorancia y medicina para espantar la muerte, sueña que su casa se ilumina y su mesa se llena, sueña que su tierra es libre y que es razón de su gente gobernar y gobernarse, sueña que está en paz consigo mismo y con el mundo.

Sueña que debe luchar para tener ese sueño, sueña que debe haber muerte para que haya vida. Sueña Antonio y despierta… Ahora sabe qué hacer y ve a su mujer en cuclillas atizar el fogón, oye a su hijo llorar, mira el sol saludando al oriente y afila su machete mientras sonríe. Un viento se levanta y todo lo revuelve, él se levanta y camina a encontrarse con otros. Algo le ha dicho que su deseo es deseo de muchos y va a buscarlos.

Sueña el virrey con que su tierra se agita por un viento terrible que todo lo levanta, sueña con que lo que robó le es quitado, sueña que su casa es destruida y que el reino que gobernó se derrumba. Sueña y no duerme. El virrey va donde los señores feudales y éstos le dicen que sueñan lo mismo. El virrey no descansa, va con sus médicos y entre todos deciden que es brujería india y entre todos deciden que sólo con sangre se librará de ese hechizo y el virrey manda matar y encarcelar y construye más cárceles y cuarteles y el sueño sigue desvelándolo. En este país todos sueñan. Ya llega la hora de despertar…

Sucomandante insurgente Marcos

Hay varios motivos por los que durante el viaje, me permito la licencia de tomar «atajos», o hacer trampas, en forma de autobús o autostop. Para no herir demasiado mi orgullo ciclista, me tengo que autoconvencer de que esos motivos tienen que ser de fuerza mayor, como sentir malestar, tener una lesión o asistir a un acontecimiento importante. 

Cuando Omar, miembro y por cierto, fundador de la RACMX (Red de Apoyo al Cicloviajero en México), me avisó de que la siguiente semana había un encuentro de arte en uno de los caracoles zapatistas de los altos de Chiapas, en seguida supe que era uno de esos motivos de fuerza mayor. Otros miembros de la RACMX me pusieron en contacto con Omar, cuando a través del grupo de whatsapp, manifesté mi inquietud por conocer de cerca el movimiento.

Lali y yo seguíamos en Oaxaca capital, y hasta San Cristóbal de Las Casas teníamos al menos una semana de pedaleo atravesando parte de la Sierra Madre, por lo que sería muy difícil llegar a tiempo. Decidimos tomar tres autobuses, uno desde Oaxaca a Juchitán,  otro desde Juchitán a Tuxtla Gutiérrez, y el tercero desde esta última ciudad directo a San Cristóbal. En Tuxtla paramos un par de días, para visitar el cañón del sumidero, una maravilla geológica que sirve de guía del río Grijalva durante casi treinta kilómetros. Tomamos una embarcación para hacer el recorrido, y pudimos ver monos araña, garzas de todos los colores y hasta cocodrilos.

 

 

Después de  nuestra parada en Tuxtla, tomamos el último autobús a San Cristóbal. La primera noche nos quedamos en un hostel barato porque Omar no nos contestaba y habíamos llegado algo tarde. Al día siguiente quedamos con Omar para conocernos y pedalear junto a la comunidad ciclista de San Cristóbal que realiza una rodada nocturna todos los martes. Él y otros amigos de la comunidad nos dieron toda la información acerca del encuentro (porque no estaba siendo nada fácil conseguirla). 

 

Con la banda ciclista de San Cristóbal

A la mañana siguiente, dejamos la mayoría del equipaje en el espacio que Omar nos dejaría para nuestra estancia esa semana: unas preciosas cabañas de madera que está restaurando para alquilar en algún momento, y las cuales podríamos usar todo el tiempo que quisiéramos según nos dijo. Nos pusimos a pedalear rumbo al caracol Jacinto Canek, donde tendría lugar el encuentro y donde acamparíamos las siguientes tres noches. 

Treinta kilómetros de subida serpenteante entre cerros que nos regalaban un paisaje proto selvático a través de una carretera muy pequeña atravesando pequeñas comunidades de pueblos originarios, donde por supuesto somos la mayor atracción cuando pasamos o saludamos.

Un par de horas después, estábamos llegando al caracol.

Y entonces, les vi. Aquellos hombres y mujeres con el rostro tapado de los que había leído y oído hablar tantas veces.

Texto que escribí durante las jornadas en el caracol Jacinto Canek: 

Debía tener 8-9 años la primera vez que fui consciente de quién era ese hombre que se tapaba el rostro y cuya silueta veía repetidas veces a mi alrededor en mi entorno cercano; en pósters, en camisetas de familiares, incluso en la portada y la contraportada de más de un libro de la biblioteca de mi propia casa.

Me pregunté más de una vez quién era ese tipo, y por qué se tapaba el rostro. Y más aún, por qué teníamos en casa libros de tipos que se tapaban el rostro. Porque para mí los que se tapaban el rostro cuando era pequeño eran bandidos.

En mi razonamiento de niño seguramente los bandidos eran malos, y no podía entender por qué teníamos en casa libros de gente mala.

Me enteré entonces de que ese hombre se hacía llamar Marcos aunque no era su nombre real, y era el dirigente de un ejército que era el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Un grupo de hombres y mujeres que se levantó en 1994 para reclamar y luchar por la independencia y el derecho a la vida de los pueblos indígenas en Chiapas.

Con 17- 18 años leí «Los otros cuentos», uno de sus tantos libros. Me quedé fascinado por la manera en la que escribía el hombre del rostro tapado, las metáforas que usaba para hablar de la libertad, la sensibilidad que tenía. Entonces empecé a interesarme por el movimiento zapatista y estos hombres y mujeres que vivían en la selva y en los cerros, en plena autonomía y rebeldía contra el sistema capitalista.

Crecer y el pensamiento crítico me hicieron entender que en la vida las cosas complejas muy pocas veces van de bondad o maldad. Muchas más veces van de justicia o injusticia. Y que muchas veces los justos se tienen que tapar el rostro para que les hagan caso, porque como dijo Marcos en una entrevista que escuché una vez: «No usamos el pasamontañas para ocultarnos, si no para mostrarnos»

 

 

El Zapatismo es tan profundo y consta de tanta teoría y un imaginario tan elaborado y bonito que requeriría de varias entradas y una documentación muy extensa (que animo al lector a hacer),  pero podríamos hablar de que es un movimiento que, como he descrito un poco más arriba en el texto de mi cuaderno, surge en la década de los 80 (aunque no es hasta el levantamiento de 1994 cuando se muestra públicamente), que defiende la autonomía, autogestión y dignidad de los pueblos originarios de México y en concreto de Chiapas. El levantamiento del 1 de enero de 1994 coincidió con la aprobación del tratado de Libre Comercio entre EEUU, Canadá y México, en un contexto en el que Chiapas era (y sigue siendo) el estado más pobre de toda la república mexicana, donde había niños que morían por enfermedades que hacía décadas eran tratables en el resto del país y la expropiación de tierras estaba a la orden del día. El zapatismo parecía arrojar algo de luz para los pueblos originarios de Chiapas.

 Además de ésto, los zapatistas se declaran anticapitalistas, defienden la democracia directa y horizontal y la pluralidad ( El pueblo manda y el gobierno obedece), se organizan a través de asambleas y juntas, luchan por la figura de la mujer dentro del movimiento revolucionario y la sociedad, y se mueven por lemas como «Un mundo donde quepan muchos mundos». 

Los Caracoles son los centros político-culturales del zapatismo y cada uno abarca varias comunidades y municipios autónomos, los cuales cuentan con sus propias escuelas (Escuelas Autonómas Rebeldes Zapatistas), sus clínicas y casas de salud autónomas. Dentro de cada caracol, existe un organismo llamado Junta de Buen Gobierno, formado por mujeres y hombres elegidos por el pueblo. Su función es coordinar proyectos, resolver conflictos, organizar la justicia, la salud, la educación, y vigilar que las autoridades actúen con honestidad. Las decisiones se toman de forma colectiva, con base en los usos y costumbres de los pueblos originarios. Todos los miembros de la comunidad tienen que trabajar de alguna manera por lo común y nadie cobra dentro del caracol por realizar su labor, ya esté esta  relacionada con la política, la seguridad, la agricultura, educación o salud. 

Después del levantamiento, y a pesar de que desde el primer momento el objetivo de los zapatistas era el diálogo,  lo que precedió fue una ofensiva militar por parte del gobierno, y una ruptura de la amnistía, que desencadenó en varios enfrentamientos armados y un clima de inseguridad e inestabilidad en el estado. En todo este escenario, entraron incluso grupos paramilitares antizapatistas (que actualmente siguen en activo) como Paz y Justicia, o los Máscaras Rojas, los cuales saqueaban, desplazaban comunidades enteras y llegaban incluso a asesinar. Todo esto con total impunidad e incluso respaldo y apoyo por parte de autoridades estatales y federales, y por supuesto por parte  del PRI, el partido que gobernaba en ese momento, el cual llegó incluso a proporcionar armas y entrenamiento militar a estos grupos.

Después de los acuerdos de San Andrés firmados en febrero de 1996 entre el gobierno de Zedillo y los Zapatistas, parecía que el conflicto se iba a atemperar o al menos así lo esperaban las comunidades. Como pasa con tantos otros acuerdos firmados por gobiernos corruptos y deshonrosos, la situación no mejoró para los pueblos zapatistas. Y tanto fue así, que tuvo que ocurrir una matanza como la de Acteal, en la que 45 tzotziles (grupo indígena) de una organización pacífica y cristiana que apoyaba abiertamente al EZLN, fueron brutalmente asesinados por parte de un grupo paramilitar vinculado al PRI, para que la comunidad internacional y organizaciones como Amnistía Internacional, pusieran el foco en lo que estaba ocurriendo en esta parte de México. El gobernador de Chiapas de ese momento fue destituido, y el gobierno federal encarceló a decenas de presuntos líderes y responsables de estos grupos. Sin embargo muchos de ellos lo hicieron sin un debido proceso, y en los años siguientes más de 30 acusados fueron liberados, por lo que a día de hoy siguen en activo.

Desde ese momento y debido a las diversas traiciones por parte del gobierno, las relaciones entre el EZLN y éste se congelaron, y así continúan a día de hoy. Los zapatistas nunca entregaron las armas y no pretenden hacerlo.

No es fácil mantenerse informado sobre los pasos que dan los zapatistas desde España, y durante algún tiempo incluso llegué a pensar que el movimiento estaba casi extinto. Durante esa semana pude presenciar que están muy vivos, quizá más que nunca.

Durante el encuentro pudimos disfrutar de muchas propuestas artísticas diferentes, desde danza, teatro, circo, música, cuencacuentos, y mucha, mucha cumbia. 

No podía hacer más que abrir mucho los ojos, los oídos y cada poro de la piel para intentar captar e impregnarme de toda esa atmósfera revolucionaria, poética y utópica.

El cierre del encuentro tuvo lugar en el CIDECI de San Cristóbal con una mesa en la que entre otros estaban el subcomandante Marcos (ahora Galeano), el subcomandante Moisés, e Iván Prado (Pallasos en Rebeldía). En esta mesa redonda hablaron de muchas cosas y surgieron muchas ideas, pero sobre todo de la importancia que tendrá el arte el día después. Con el día después, los zapatistas hablan del día después de que este sistema capitalista en el que vivimos colapse. Porque seguro lo hará. Y para entonces debemos estar preparados con nuestras armas y herramientas para construir ese mundo nuevo. Una de esas armas de transformación y reconstrucción seguro es y será el arte en todas sus formas.

Me gustó mucho como habló Iván Prado acerca de la importancia de combatir el sistema capitalista y de terror. Y como esa batalla empieza dentro de nuestras cabezas. Venciendo todos los miedos inducidos por el capitalismo desde que nacemos, y difundidos por esos agentes del sistema que adoptan diferentes formas violentas. Y aquí, decía, soñar tiene un papel crucial. Y no vale con soñar y divagar. Hay que soñar, luego dar paso a la imaginación para dibujar en nuestras cabezas esos sueños y su forma exacta o aproximada, y luego, la parte más importante, la praxis. Actuar. Y ese es el inicio del día después. Empieza ahora, imaginándonos ese mundo.

Eduardo Galeano, uno de mis grandes referentes, y también amigo y fiel seguidor del zapatismo, dejó una vez escrito:

«Libres son quienes crean, no quienes copian. 

Y libres son quienes piensan, no quienes obedecen.

Enseñar, es enseñar a dudar»

Desde una habitación en un pequeño pueblo de los altos de Chiapas entre San Cristóbal y Palenque, teniendo a mi lado como compañero a Don Durito, termino esta entrada y dejo escrito que ojalá no dejemos nunca de dudar, cuestionar, imaginar y soñar. Porque mientras en un solo lugar de este planeta que habitamos, haya alguien que luche porque las cosas se hagan de otra manera, merecerá la pena no dejar de creer que otra forma es posible. Que otro mundo es posible. Quizá un mundo donde quepan muchos mundos.

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2 comentarios en “«No somos los pasamontañas, somos la montaña que se mueve»”

  1. Gracias por acercarte a esa bella realidad a la vez que dura vivencia. Y por ser los ojos que la captan y las manos que, escribiendo, nos la trasmiten.
    Renuevan la esperanza de que otra forma de vivir es posible que capto a día de hoy en muchos lugares del mundo donde personas y grupos crean vida y progreso de formas sanas, respetuosas y pacíficas.
    Feliz andadura en siguientes etapas 😘😘

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