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De vuelta al continente

A nuestro regreso de Cuba nos esperaban nuestro querido México y  Daniel, nuestro anfitrión de la RACMX en la ciudad, quien nos recibió de nuevo con los brazos abiertos. Pasamos con él una semana llena de turismo, conversaciones largas sobre historia, y un acontecimiento importante como el 8 de marzo. Visitamos el museo de antropología durante dos días y Teotihuacán, uno de los primeros asentamientos aztecas. Tocó sacar papel y boli y ponerse a estudiar. Siempre se dice que la historia la escriben los que ganan. En este caso, en México la historia está escrita de varias maneras.

Según la leyenda, los Mexicas (o aztecas para los hispánicos), eran un pueblo nómada que, migrando desde el norte del territorio, iban buscando un lugar donde asentarse cuando su dios Huitzilopochtli les mandó una señal relacionada con el lugar donde debían establecerse: debían toparse con un águila devorando una serpiente sobre un nopal. Casi nada. Por difícil que parezca, al parecer en 1325 dieron con la profecía en un islote del lago de Texcoco, en el valle de México, y ahí mismo fundaron su ciudad. De ahí el escudo:.

A esta ciudad la llamaron Tenochitlan. Creció y se convirtió en la capital del Imperio Mexica o Azteca. Una ciudad altamente organizada y desarrollada con un avanzado sistema de gestión de recursos. Hasta que en 1521 los españoles liderados por Hernán Cortés conquistaron la ciudad tras un largo asedio y la destruyeron casi por completo. Sobre las ruinas de este asentamiento se levantó la que fue la capital del Virreinato de la Nueva España, La Ciudad de México, y a día de hoy una de las metrópolis más grandes y dinámicas del mundo con sus 22 millones de habitantes. Por lo visto,  los Mexicas eran una sociedad que se mantenía entre otras cosas gracias al sometimiento y el sistema de tributos que imponían sobre la mayoría del resto de pueblos de mesoamérica como los Huastecos, los Mazatecos o los Zapotecos. Y entonces aquí es donde entran las diferentes versiones de lo que ocurrió una vez llegaron los españoles. Conocer el papel que tenían los Mexicas en el territorio, puede ayudarnos a entender por qué no fue difícil para los hispanos hacer alianzas con pueblos como los Tlaxcaltecas (uno de los enemigos más importantes de los Mexicas) a su llegada a la Nueva España. Estas alianzas fueron la pieza clave para conseguir conquistar México. 

A lo largo de nuestro viaje por México hemos tenido muchas conversaciones respecto a este periodo histórico común, y son muy diferentes las opiniones y  maneras de sentirlo y verlo que hemos encontrado. La mayoría de mexicanos imaginan que como español, mi sentimiento respecto a la conquista debe de ser de orgullo, y que debo llevarme la mano al pecho cuando se habla de este tema. Siempre intento explicarles la división que existe en España respecto al nacionalismo y patriotismo, y temas como éste. Aquí en México, como en muchos países que he conocido, el patriotismo se vive desde un lado muy ajeno a la política.  Pero en España esto es mucho más sensible, partiendo por ejemplo del uso de la bandera rojigualda. Nunca me he considerado nacionalista pero sí  patriota, cosa que me ha llevado a debates diversos en muchos círculos cercanos. Respecto a la conquista de México por ejemplo, he llegado a la conclusión que no se trata de sentir culpa ni remordimiento sobre algo que pasó hace casi 600 años (al menos yo no lo siento), pero sí de tener conciencia y memoria histórica. Desde ahí entonces, a lo mejor podemos entender porque el pueblo mexicano espera una disculpa de Estado por parte de España.  Simplemente diré, que como nieto de republicanos que sufrieron la represión y el miedo que suponía serlo durante la dictadura, puedo entender el valor que puede llegar a tener un perdón, y también el rencor que se puede sentir al no recibirlo. Y eso que es un periodo que ni si quiera yo viví, pero sí tengo presente.

Además de tener muy presente la historia en todas las conversaciones que mantuvimos,  también paseamos mucho en bicicleta por la ciudad, comimos muy rico, y Daniel, nuestro anfitrión y chilango de nacimiento (así llamados los que han vivido casi siempre en Ciudad de México), nos enseñó gran parte de la urbe y sus rincones y cantinas favoritas.

Pirámides de Teotihuacán, una civilización anterior a los Mexicas que sirvió a éstos de inspiración.

Museo de antropología de la ciudad

Uno de los días que andábamos por la ciudad, nos escribió Inma, la mejor amiga de mi madre, para contarnos que su novio Tito, que es editor, estaba de viaje en la ciudad por la Feria del Libro de Coyoacán. Precisamente dos días después teníamos que ir a Coyoacán, una colonia de la ciudad, para visitar la casa de Frida Kahlo. Así que sin dudarlo y también sin conocer de nada a Tito, decidimos quedar con él y su «crew» de literatos.

La casa azul (casa-museo de Frida Kahlo)

Después de visitar la casa azul, nos encontramos con Tito y Ulises (uno de los escritores que edita Tito) ambos de Canarias, y con Yunuen, que lleva la sección de la editorial en México. Compartimos una bonita velada, y al día siguiente fuimos invitados al Ateneo republicano de México donde María del Mar, otra escritora canaria que trajo Tito a la feria, presentó sus dos libros: La tuerta y La prestamista. Ambos se desarrollan en esa época tan oscura de nuestra historia que fue el franquismo, y que tan bien nos vendría recordar y tener presente para los vientos que vienen. Nos invitaron otra vez a cenar y compartimos una noche más que agradable donde no faltaron conversaciones sobre actualidad, feminismo, política e historia. Uno de esos encuentros mágicos que suceden gracias a tener tiempo y no demasiados planes marcados. GRACIAS Tito, Yuruen, María del Mar y Ulises.

Arriba posando junto a Tito, Maria del Mar, Lali y algunos ilustres personajes.

Abajo el 8M en la CDMX. 

Después de tanto tiempo de descanso, nos empezaba a picar el gusano de la bici así que tocaba ir a recuperarlas a Toluca, donde nuestras anfitrionas allí, Brenda y Priscila, nos estaban esperando. 

Dos días después de llegar a Toluca, dimos una conferencia para El club de Exploración de México en el Leonora café, en la cual hablamos sobre nuestra travesía y sobre cómo se organiza un viaje en bicicleta. La asistencia fue de casi 30 personas, y todos salieron muy contentos. Además, tuvimos la oportunidad de promocionar nuestro juego y vendimos casi 25 unidades

A pesar de que teníamos ganas de retomar la bicicleta, no lo hicimos hasta casi cinco días después. Brenda y su mamá Priscila fueron tan buenas anfitrionas, que cada día salían con un plan nuevo. Es fascinante ver cómo hace nada eran dos completas desconocidas, y gracias a que necesitábamos un lugar donde quedarnos en Toluca, han pasado a ser dos buenas amigas. La realidad es que si no nos fuimos antes, es porque estábamos muy agusto. Nos cautivó la hospitalidad de Brenda y nos atrapó aún más el sarcasmo y el sentido del humor de Priscila el cual sacaba a pasear en cuanto tenía ocasión.

 

Bebiendo Garañona en el clásico bar 2 de abril de Metepec, un encantador pueblo cerca de Toluca

Priscila haciéndose un taco con la tortilla de patatas que preparé

Además, tuvimos la suerte de presenciar un eclipse de luna el día 13 de marzo

 

El 18 de marzo Brenda, Priscila y su amigo Henry, nos llevaron en coche a la ciudad de México, a casa de otro amigo llamado German que nos recibía para pasar la noche en su casa y empezar la ruta al día siguiente.

A la mañana siguiente desde la Ciudad de México y después de casi un mes y medio parados, emprendimos rumbo hacia Puebla: el estado de los volcanes. 

No nos gustan las cosas fáciles, así que para retomar el hábito ciclista, el segundo día de pedalada ascendimos el paso de Cortés: un paso de montaña de 1500 metros de ascensión que va desde el pueblo de Amecameca, hasta el refugio de La Joya. 

Este paso de montaña, llamado así porque fue la ruta que tomó Hernán para llegar a la capital azteca, cruza entre la segunda y la tercera montaña más altas de México, el Popocatépetl y el Iztaccihuatl.

La ascensión viniendo desde la Ciudad de México como es nuestro caso, transcurre a través de una carretera asfaltada en buen estado hasta el centro de visitantes, y a partir de ahí a La Joya comienza un camino arenoso en mal estado hasta la base. Los fines de semana suele estar muy concurrido porque mucha gente quiere subir al Izta. El Popo no se puede subir porque está en activo. 

Suele haber puestos de comida a ambos lados de la carretera, pero entre semana la mayoría están cerrados. Por suerte, a pocos kilómetros de llegar al centro de visitantes, encontramos a Gloria, una mujer de 82 años que todos los días pone su puestito donde prepara tacos y café de olla. Creo que son los mejores tacos de bistec y café de olla que he comido por ahora en México. Gloria sube en coche, pero baja diariamente andando a casa.

Una vez en el parking-refugio de La Joya, nos encontrábamos a 4000 metros de altitud, por lo que la temperatura bajó en cuanto se quitó el sol. Compartimos campamento con otros chicos que iban a ascender al Itza a la mañana siguiente.

A la mañana siguiente nada más amanecer preparamos la avena correspondiente, el café y emprendimos la bajada con una vista espectacular del Popo. Al contrario que en la subida, en la bajada no había asfalto, si no un camino de tierra bastante roto y arenoso.

El paso de Cortés desemboca en la ciudad de Puebla, capital del estado. Allí nos recibirían Lety y su hijo Ángel, también de la RACMX. En México nos está costando poner la tienda de campaña, gracias a tanta gente solidaria que se está ofreciendo a alojarnos en el camino. Con ellos pasamos dos días en los que estuvimos recorriendo la ciudad y sus rincones. Nos pareció una ciudad muy tranquila pero con mucha oferta cultural y sencillez. Una de mis ciudades favoritas por ahora en México.

En estas líneas hablo muchas veces de la intuición en el viaje. Esa voz amiga interior que te impulsa o te frena para seguir pedaleando, elegir un camino u otro, o escoger un lugar donde acampar. Gracias a ella y por supuesto a confiar, experimentamos situaciones tan bonitas como la que vivimos el mismo día que estábamos entrando en la reserva de la biosfera de Tehuacán.

La noche anterior habíamos dormido en el pueblo de Tecamachalco, y la jornada de ese día estaba siendo bien dura. Conducíamos por una carretera bastante llana pero sin arcén y con muchísimos camiones y autobuses que nos pasaban silbando. Tanto era así, que decidimos agarrar un autobús desde el pueblo de Tlacotepec para salvar los 30 kilómetros que nos separaban hasta el pueblo de Tehuacán, desde donde tomaríamos otra carretera, la 135, la cual transcurría por montaña y con mucho menos tráfico.

Desde Tehuacán, en lugar de tomar directamente la carretera principal, decidimos tomar un camino rural que nos llevaba por la reserva de Tehuacán. De esta manera disfrutábamos del paisaje, y además quizá podríamos encontrar un lugar donde practicar eso tan complicado en México: la acampada libre.

Íbamos pedaleando entre cactus por este camino de tierra, cuando de repente una moto que conducía por detrás empezó a pitarnos para que paráramos. Así lo hicimos, y de la moto se bajó un hombre que se presentó como Benito. Nos advirtió de que no nos asustáramos, que únicamente nos pitaba porque quería invitarnos a pasar la noche a su casa si así lo queríamos. Él vivía en una aldea que se encontraba un poco más adelante llamada San José Axuxco. En esos momentos tienes que tomar una decisión, confiar o no. Miré a Lali y los dos sentimos que debíamos aceptar. Así pues, seguimos a Benito mientras él nos guiaba con su moto hasta el pueblo. A mitad de camino paró en un altar a la virgen de Guadalupe que había en un pequeño cerro. Según nos dijo, quería dar gracias a Dios por haberle dado la oportunidad de ayudar a alguien. 

-Miren yo no soy viajero como ustedes, pero sí he sido forastero en otros lugares y sé lo que significa que te ayuden cuando estás lejos de casa.

Cuando llegamos al pueblo, nos llevó a casa de su hijo para presentarnos a su nieto y darnos aún más motivos para confiar si es que los necesitábamos. Finalmente llegamos a su casa.

-Yo me tengo que ir a hacer unos mandados. Volveré en unas tres horas y mi mujer también. Aquí se quedan en esta pobre y humilde casa que ahora es la suya también. 

Nos duchamos, cocinamos algo y más tarde llegó Ruth, su mujer. Derrochando alegría y agradecimiento por encontrarnos allí, y tener la oportunidad de compartir con nosotros su humilde lugar. Enseguida nos dimos cuenta de que aunque el hogar era sencillo y sin terminar, derrochaba acogimiento y amabilidad por todas las esquinas. Por la noche vinieron sus dos hijos y sus nietos, para traernos unos tacos para cenar y conocernos. Estuvimos contándoles nuestro viaje y charlando hasta tarde. Nos brindaron una de las habitaciones de sus hijos, ahora en desuso.

A la mañana siguiente, Ruth se levantó más pronto de lo normal únicamente para prepararnos unos huevos a la mexicana y un buen café de olla antes de partir. Les agradecimos con el corazón, y nos prometimos un hasta luego.

Con Ruth y Benito

Empezamos a pedalear con el claro de la mañana, y en mi cabeza no podía dejar de pensar una vez más sobre lo vivido.

No caeré en esa falacia romántica y liberal que dice que los que menos tienen son los que menos necesitan, o los más felices o los que mas dan. Porque quien tiene poco no tiene poco porque lo haya elegido. Sin embargo cada vez pienso más que quienes menos tienen, muchas veces por obligación de las circunstancias, son menos materialistas. Y eso les hace poner en valor muchas otras cosas no materiales porque la vida les empuja a ello. Benito y Ruth se disculparon varias veces por no poder ofrecernos más que un suelo donde poner la carpa, un desayuno y unos tacos de res. A lo que nosotros contestamos repetidas veces que era mucho más de lo que necesitábamos, y que simplemente con compartir esa velada con ellos y su familia teníamos más que suficiente. 

Cuantas veces los que tenemos más oportunidades y privilegios, dejamos de ofrecer algo al de al lado, al familiar o al amigo, por miedo a que no sea suficiente. O nos vemos obligados a regalar algo del mismo valor que el regalo que recibimos. O pagar una comida igual de cara que la que nos invitaron hace dos semanas. Perdiendo de vista lo principal que es compartir, y poniendo el foco en el dios dinero. Todo eso solamente son síntomas de una enfermedad llamada capitalismo.

Mientras rumiaba y reflexionaba todo esto, cruzamos la frontera hacia el estado de Oaxaca a través de caminos de tierra y carretera pavimentada. El paisaje se empezó a hacer montañoso  y llegamos a un pueblo llamado Santa María Tecomavaca. Preguntamos en la presidencia por un lugar donde poner la carpa para dormir, pero la presidenta nos dijo que lo sentía pero que no nos podía recomendar quedarnos en el pueblo porque no era muy seguro. Igual que la intuición del día anterior me dijo que debía ir a casa de Benito, esta vez me decía que lo que ocurría era que no les apetecía mucho que estuvieramos por allí acampados, más que un tema de seguridad. Estábamos cansados después de una etapa con un desnivel exigente y un calor fuerte, así que no desistimos. A veces la gente no  nos brinda ayuda, de nuevo por miedo a  no tener suficiente, y nosotros lo único que necesitamos es un espacio de dos metros por dos metros donde poner la carpa y cocinar. Solo eso. Antes de salir del pueblo, vimos una tiendita de abarrotes y decidimos preguntar directamente a la propietaria si conocía algún lugar seguro donde pudiéramos acampar. Salió un momento de la tienda, y al volver nos dijo que podíamos quedarnos con su madre en una de la habitaciones de su casa. Así pues, Rosa nos explicó donde nos quedaríamos, nos enseñó el cuarto de baño y una vez más, alguien desconocido brindando hospitalidad a dos completos desconocidos. 

 

Seguimos pedaleando durante dos días más por la 135 libre, atravesando toda la Sierra de Juárez. Desde que abrieron la 135D, la de cuota, por la libre no pasa casi ningún coche. La mayoría del tiempo íbamos completamente solos a excepción de alguna moto o coche que se cruzaba y nos saludaba amablemente. De media hicimos etapas de 1200 metros de desnivel cada día con inclinaciones bastante exigentes. Pero sin duda lo más duro fue el calor y los animales. Y no me refiero a animales salvajes, si no domésticos y de granja. Aquí en México no solemos practicar la acampada libre por recomendaciones de seguridad, así que siempre le pedimos a algún paisano que nos deje poner la tienda en la tiendita o el restaurante de turno. Esto suele implicar que hay perros o gallos alrededor ya que casi siempre atravesamos zonas rurales. Entonces solo te queda confiar en que el gallo no esté demasiado desequilibrado. Los que nos tocaron las siguientes dos noches estaban poco finos, y se pusieron a cantar a las dos de la madrugada en lugar de al amanecer, por lo que no pudimos descansar apenas. 

Buscando sombra en cualquier lugar de la interminable subida

 

 

Con cansancio, algo de deshidratación y fatiga, el día 28 llegamos por fin a Oaxaca de Juárez, la capital del estado. Aquí nos recibirían Ángel y Katia, de la comunidad ciclista para hospedarnos durante cinco días. Además de ellos, por aquí andaba otro español, Edu Zeta de Talavera de La Reina, el cual lleva subiendo desde Argentina desde hace unos cuantos años con paradas y vueltas a España de por medio. Nos conocimos hace casi dos años porque resulta que le lleva la bici al mismo mecánico que yo: Henry, un alemán que tiene el taller en la calle Lavapiés, y un día coincidimos en la tienda. Después de eso nos perdimos la pista pero por casualidades de la vida, acabamos en un mismo grupo de whatsapp de viajeros por Centroamérica. Comenzamos a hablar y acordamos vernos aquí, ya que él iba a estar voluntariando en un hostel durante dos semanas.

Pasamos unos buenos días con Edu y nuestros anfitriones Ángel y Katia, donde no faltaron las caguamas, la cumbia, y las veladas hasta altas horas de la madrugada. Además, Lali y yo aprovechamos para hacer un poco de venta ambulante con Los dados de Jade en el zócalo de Oaxaca.

Seguimos rumbo hacia la costa de Oaxaca, y desde allí a uno de los destinos que me lleva obsesionando años: Chiapas.

 

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